Joaquín Antonio Quiroz Carranza
En gran parte del mundo, la división sexual del trabajo, provocó, a groso modo, que los hombres se dedicarán a la cacería y las mujeres a la recolección de plantas, hongos y minerales, al cuidado de los hijos, entre otras actividades. Estas acciones permitieron que las mujeres pudieran identificar y usar los recursos naturales de su entorno para la sanación, convirtiéndose así en las protomédicas y sanadoras de los integrantes del clan. En la Grecia antigua a las mujeres y a los hombres que poseían conocimiento sobre los beneficios terapéuticos de las especies biológicas y de los minerales, así como de las épocas propicias para su recolección, los denominaban “mágissa o mágisso” nombre que reconocía esa sabiduría, eran magas o magos.
La palabra mago proviene por su parte de persa antiguo, se denominaba así a los sacerdotes, astrólogos y adivinos. Para el siglo I los magos y magas fueron reconocidos como sabios y científicos, los tres reyes magos que visitaron a Jesús, conocían las formas de guiarse con los astros y los beneficios terapéuticos de los minerales como el oro, las resinas como la mirra y las bondades sanitizantes del incienso, por ello fueron los regalos que entregaron al niño en el pesebre.
El miedo al conocimiento y, la ausencia de un método para probar o no los efectos de un procedimiento mágico, llevó a los hebreos a propagar mediante las sagradas escrituras el rechazo de esas prácticas ancestrales, la palabra “mágissa” y “mago” fue cambiada por la de “bruja” y “hechicera”, y quedaron anotadas como leyes inmutables en el Antiguo testamento: “no practiquen la hechicería ni la astrología”, “no se dirijan a los brujos ni a los que llaman a los espíritus, no los consulten, no sean como ellos”, “si alguno se dirige a los que consultan a los espíritus, o a los brujos, volveré mi rostro contra él y lo eliminaré de su pueblo” (Levitico18,21) y, sin nombrarse directamente las penas a que serían sometidos y sometidas los practicantes de la magia, en Levitico se menciona la muerte por lapidación o apedreamiento y la de ser quemado vivo, tal vez con estos argumentos se sustentó el santo oficio y la santa inquisición para asesinar, en el Viejo Mundo, aproximadamente a 500 mil mujeres y hombres practicantes de la herbolaria y la sanación, entre los años de 1350 y 1750.
Cada época tiene su santo oficio e inquisición, pero desde que las sociedades hegemónicas de la antigüedad rechazaron la sabiduría de aquellas “mágissas” y se vinculó su práctica sanadora a los conceptos de bruja y hechicera, la herbolaria y otros procedimientos terapéuticos se miran lejanos de lo científico, no se estudian sistemáticamente con la intensidad requerida, se rechazan por prejuicios ideológicos y porque no pueden ser patentadas por las grandes trasnacionales farmacéuticas. El rescate y fomento del conocimiento terapéutico de los pueblos originarios implica no sólo lo editorial, sino sobre todo su uso cotidiano, la promoción y la actualización permanente del conocimiento.
Más información: El Ahuehuete, herbolaria. Local 108, Plaza Centenario, Tequisquiapan, Querétaro. Cel. 442-3775127