Bitácora 693.-
Joaquín Antonio Quiroz Carranza
Como ocurre con la economía o la política, cada clase social describe o narra una realidad con base en sus propios paradigmas, de la misma forma las ideas, teorías y procesos experimentales sobre los organismos y sus relaciones crean una narrativa soportada en el denominado método científico. Respecto a la pandemia, el discurso hegemónico construyó una realidad donde sumergió, con la ayuda de casi la totalidad de los medios de información, la vida de cada ciudadano, así, la sana distancia, el cubrebocas, el confinamiento, las prácticas de higiene recurrentes, el gel antibacterial, caretas, anteojos, guantes de látex, escafandras, miedo, entre otros, llenaron la mente y la cotidianidad de todos los seres humanos. Pocos, muy pocos intentaron explicar las causas originarias de la veloz dispersión del virus y cómo las insanas prácticas de la vida humana dieron origen a las comorbilidades y la suma de éstas a un incremento significativo de pérdida de vidas humanas, contabilizadas y comparadas para aprobar o desaprobar políticas de estado o partido.
La crisis sanitaria del coronavirus acrecentada por una narrativa hegemónica, no es ni la más grave, ni la primera o la última. Para evidenciar lo anterior, podemos referir datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud, que indica que cada año más de 138 millones de personas se ven perjudicadas en su salud y patrimonio por los errores del sistema médico-farmacéutico y según esta misma organización mueren anualmente por éstas razones 2.6 millones de personas, prácticamente la misma cantidad de personas que murieron con Covid-19 durante cada uno de los dos años de la contingencia (2020 y 2021), pero la narrativa hegemónica no llena los medios con esta información.
Otros cálculos menos halagüeños señalan que las muertes anuales causadas por fallos del sistema médico-farmacéutico ascienden a 5 millones de personas, es decir casi el doble de los adjudicados al coronavirus. Entre los errores del sistema médico-farmacéutico se encuentran los fallos en el diagnóstico, la inadecuada prescripción de medicamentos y las consecuencias secundarias negativas de los mismos, cirugías mal elaboradas, entre otros, verdadera pandemia institucionalizada, silenciosa y mortal.
Otra narrativa amordazada es la que intenta visibilizar las consecuencias emocionales del confinamiento y la separación social sobre las ya precarias formas de vida de la mayoría de los habitantes del planeta. Por ello sería muy interesante preguntarse e investigar sobre las verdaderas causas que precipitaron el lamentable fallecimiento de los pacientes con Covid-19 a lo largo de la contingencia, entre las que ya se han anotado las comorbilidades o padecimientos preexistentes.
La narrativa hegemónica impuso un discurso pandémico soportado en las opiniones de “expertos” (la pregunta es ¿quién le paga a los expertos?), en el miedo y la vacuna, pero por otra parte el pensamiento crítico se pregunta ¿esta terapia de shock, es la única forma de resolver el problema?, si la ciencia y la tecnología se han jactado durante décadas de ser capaz de dominar la naturaleza y hasta de conquistar el cosmos, ¿por qué no pudo prevenir la emergencia y dispersión de un virus?.
Las farmacéuticas del Este y el Oeste, con bombo y platillo, crearon un portafolio de vacunas que fortalecen el sistema inmune, para que de esta forma el organismo humano se defienda del coronavirus, esto quiere decir que el sistema inmune de los seres humanos a nivel global se encuentra debilitado, pero ¿cuáles son las causas que debilitan el sistema inmune del ser humano?, entre éstas se encuentran: una alimentación deficiente y de mala calidad donde predomina el consumo de productos industrializados, azucarados, con abundantes conservadores, espesantes y colorantes sintéticos, la explotación y el estrés laboral que impiden la recuperación del desgaste biológico y emocional sufrido durante las jornadas de trabajo, el hacinamiento habitacional y la falta de servicios (agua, electricidad, drenaje), la contaminación y el envenenamiento del agua, del aire, del suelo, de los alimentos y qué decir del mundo de las ideas: desesperación, enojo, ambición, conflicto.