Bitácora 689.-
Por Joaquín de la Lama Corres.
Agradezco al Director General de Bitácora Multimedios la invitación para contribuir desde sus páginas al debate. No son los aplausos complacientes los que se buscan al incursionar en el análisis político, como tampoco lo es la denostación sin argumento, porque este tipo de ejercicios, como el de todas las libertades, implica ciertos límites y responsabilidades, a ellas quede claro nos sujetamos.
En la actualidad se plantea la posibilidad de llevar a la práctica un instrumento de democracia directa, como es la consulta sobre la revocación de mandato, un ejercicio de ratificación o retiro de la confianza al gobernante en turno, como principio democrático esencial, ya que “Si el pueblo pone, el pueblo quita”.
El papel del ciudadano no puede quedar limitado de manera exclusiva a participar en una elección periódica de representantes, sino que exige otro tipo de participación más comprometida, una donde haya una evaluación y retroalimentación constante, participación activa, permanente y amplia de la ciudadanía, dentro de un ejercicio dialéctico que permita encontrarnos, revisar, evaluar y en su caso reorientar aquellas políticas públicas que no nos convenzan y por supuesto cambiar a los encargados de aplicarlas.
Sentar las bases para este tipo de ejercicios permitirá a la población contar siempre con un instrumento de control adicional sobre el ejercicio del poder público, mediante el cual se evalúa la permanencia del gobernante en el cargo, de manera que puedan exigirse responsabilidades políticas sobre el ejercicio de su encargo, al punto de tener que dejar el mismo si la confianza depositada en él es revocada o bien de refrendar esa confianza en caso de validar su actuación, de manera que pueda concluir el periodo para el cual fue electo.
La izquierda a lo largo de la historia se ha esforzado por implementar fórmulas de ejercicio del poder popular, teniendo una experiencia vasta y exitosa en la implementación de mecanismos de democracia directa activa, en donde es el pueblo el que manda y el gobierno quien obedece, lo que contribuye a reforzar ejercicios de comunicación entre gobernados y gobernantes, de modo que se rompa con la costumbre de vivir bajo los monólogos de un poder exento de cuestionamientos, acostumbrado no solo a que nada se le pregunte, y a que no deba rendir cuenta a nadie, ni de nada, lo cual representará un enorme beneficio para la sociedad, que de esa forma incidirá de manera clara, directa y cada vez más amplia, sobre las políticas públicas en desarrollo o a desarrollar.
Algunos de los opositores a este tipo de ejercicios, cuestionan el costo que los mismos conllevan y que son reales, por ejemplo: Cuesta mantener a una opinión pública informada, por encima de las campañas en donde los grandes intereses buscan influenciar en sus audiencias y mercados, cuesta el superar la visión de corto plazo o la localista, que hacen de una isla un universo, para que puedan juzgar con una perspectiva nacional e internacional, de mediano y largo plazo, cuesta sin duda el ejercicio mismo, el despliegue operativo y la participación de los ciudadanos encargados del diseño de las preguntas a formular, la logística distribución de los centros receptores de opinión y el conteo de las opiniones externadas por los participantes.
Sin embargo, esos costos son nada si los contrastamos con los beneficios de contar con una participación activa y cada vez más interesada en los asuntos públicos de la ciudadanía, donde no sean los partidos los que manden, sino el pueblo los que se organicen, deliberen, cuestionen, consensen y actúen dispuestos a exigir cuentas, a revisar y evaluar los ejercicios gubernamentales en los 3 órdenes de gobierno, esto es parte de la democracia a la que aspiramos, que queremos, de la democracia que necesitamos y exigimos.