Nota por : Alma Moronatti
Uno de los hallazgos recientes más importantes en la arqueología de México se dio por accidente.
Le ocurrió al arqueólogo Sergio Gómez, quien trabajaba en la conservación del Templo de Quetzalcóatl o la serpiente emplumada, en Teotihuacán, también conocido como “Las Pirámides de Teotihuacán”, en el centro de México.
Era la temporada de lluvias de 2003 y el agua que cayó una noche de octubre abrió un agujero en el piso.
Al día siguiente, Gómez descendió por ese agujero con la ayuda de una cuerda y de los trabajadores de la zona arqueológica.
Los objetos desenterrados incluían dientes de cocodrilo de piedra verde, cristales en forma de ojos y esculturas de jaguares listos para atacar. Aún más notable era el paisaje montañoso en miniatura encontrado a 17 metros bajo tierra. La obra contaba con pequeñas piscinas de mercurio que representaban a los lagos.
Logró ver que, a 14 metros de profundidad, había un túnel. El túnel había sido rellenado por los teotihuacanos y ha llevado años de exploración destaparlo y saber qué fines tenía.
DONDE LOS HOMBRES SE CONVIERTEN EN DIOSES
La cultura teotihuacana se remonta aproximadamente al año 400 A.C., pero tuvo su apogeo entre el año 100 y 550 D.C.
Teotihuacán o el lugar donde los hombres se convierten en dioses, llegó a tener una extensión de 23 kilómetros cuadrados y entre 150 mil y 200 mil habitantes.
Fue una ciudad muy cosmopolita donde convivió gente de muchos orígenes étnicos, atraída por que el lugar ofrecía muchas oportunidades.
Al principio se dedicaron a la agricultura pero después fue cambiando a la producción artesanal y el intercambio.