TRAS LA PALESTRA Por: R. Alejandro Aguirre D. MÉXICO NO CABE EN DOS COLORES

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La conversación pública en México ha caído en una dinámica tan rudimentaria como devastadora: dividirlo todo en dos. Hoy pareciera que no existe punto medio; o eres chairo o fifí, moreno o facho, de izquierda o de ultraderecha, del gobierno del pueblo o de la oposición. Un escenario donde la identidad política se ha convertido en un uniforme obligatorio.

Es la construcción de un país simplificado hasta el absurdo: un México con dos colores, cuando en realidad somos una nación hecha de matices, contradicciones, regiones, clases, historias familiares, dolores y esperanzas completamente distintas. La política mexicana —que siempre ha sido compleja, densa, llena de claroscuros— se está reduciendo a insultos, etiquetas y fidelidades forzadas. Y ese empobrecimiento del debate no es accidental: es funcional, es útil y es peligroso.

Polarizar es Gobernar sin Rendir Cuentas
La polarización, en cualquier país, siempre ha sido una herramienta útil para quien gobierna: sirve para aglutinar, para blindarse, para evitar críticas, para etiquetar al adversario y desarticular el debate. Pero en México ha alcanzado una dimensión particularmente corrosiva. La lógica es tan vieja como el poder mismo, y tan efectiva como siempre: «Si no estás conmigo, estás en mi contra».

Esa fórmula, que la historia universal ya ha visto en momentos oscuros, funciona porque obliga a las personas a renunciar al análisis propio y someterse al pensamiento binario, porque anula preguntas y premia obediencia, y porque convierte cualquier cuestionamiento en traición. Y al mismo tiempo, mientras se crea esta atmósfera de enfrentamiento absoluto, se distribuyen dádivas disfrazadas de programas sociales, mecanismos que en esencia reproducen prácticas clientelares que se criticaron durante décadas.

Hoy, bajo un discurso que presume justicia social, se repiten los viejos esquemas de los años 60 y 70: apoyo económico como moneda política, dependencia como forma de control, y lealtad a cambio de supervivencia. El problema no es el apoyo social —que debe existir, fortalecerse y profesionalizarse—, sino el uso político de la necesidad. La pobreza no debe ser una estructura de poder; debe ser una condición que el Estado tenga obligación de erradicar, no de administrar.

Un País Fracturado por Etiquetas Ajenas
Lo más preocupante es que esta polarización ya no se queda en los discursos ni en los mítines. Se filtra en la familia, en la sobremesa, en la calle, en los trabajos, en las redes, en la vida cotidiana. Hoy muchos mexicanos sienten que deben explicar quiénes son políticamente antes de poder decir quiénes son personalmente. Si dices que te preocupa el rumbo económico, eres facho. Si apoyas un programa gubernamental, eres chairo. Si criticas, eres conservador. Si aplaudes, eres vendido.

Y así, en esta guerra absurda, los ciudadanos se vuelven caricaturas. El adversario ya no es un vecino que piensa distinto; es un enemigo que debe ser derrotado. Se nos está olvidando algo esencial: la democracia no es pensar igual; la democracia es coexistir sin destruirnos.

El Ruido como Estrategia
La discusión política se ha convertido en un concurso de descalificaciones. El ruido es tanto que se vuelve casi imposible escuchar argumentos reales. Ese ruido tampoco es accidental. Cuando la conversación pública está saturada de insultos, escándalos y pleitos interminables, nadie habla de lo que importa: el empleo, la educación, la seguridad, la corrupción, la justicia, la infraestructura, la salud, y el futuro del país.

La polarización sirve para eso: para distraer, para que la agenda pública sea emocional en lugar de racional, y para que discutamos banderas y no resultados.

El México que se nos Está Olvidando
Ante este ambiente, vale la pena recordar que México es un país que siempre ha sido más grande que sus gobiernos. Un país donde los desacuerdos nunca han sido sinónimo de odio. Un país capaz de convivir en pluralidad, incluso en momentos históricos de tensión. Somos una nación formada por millones de personas que trabajan, emprenden, crían hijos, pagan impuestos, estudian, ayudan, sueñan y sobreviven todos los días. Esa gente no cabe en etiquetas. Nunca ha cabido. La verdadera fuerza de México está ahí, no en los discursos incendiarios.

Reflexión Personal
No escribo esto como un análisis frío ni como un ejercicio académico. Lo escribo porque me duele ver cómo, poco a poco, México se acostumbra a vivir dividido. Porque me niego a aceptar que la política —que debería ser una herramienta para mejorar la vida de todos— se haya convertido en un arma para separarnos. Creo profundamente que este país merece un debate más digno, más informado, más humano. Uno donde la discrepancia no sea un insulto, donde el diálogo no sea una ofensa, donde el otro no sea un enemigo. Uno donde recordemos que antes de ser bandos, somos mexicanos.

Si de algo estoy seguro, es de esto: México jamás va a avanzar si lo partimos en dos. México solo avanza cuando lo pensamos completo. Y yo, al menos, elijo seguir pensando en ese México completo.

Tags: #debate, #méxico, #opinión, #politica, bitacoradiario

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Nava Supervisa Inicio de Programa de la Fundación Real Madrid
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EDITORIAL
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