Por Fernando Roque
El tambor de tus caderas acompasa los sonidos;
tu cuerpo es un santuario de pensamientos prohibidos,
cuerpo que confirma la mirada,
exótica como la noche tropical tatuada de luceros.
Esmeralda selva en el cartón del escenario
con falsas palmeras despeinadas:
Tropicana, Tívoli, Copacabana, Waikikí
en que apareces “ diosa pantera “
y se vuelve sicalíptico tu baile legendario.
Golpeas el viento con tu cadera
y es tu cuerpo el templo en que la danza ofrenda su legado.
Al moverte es como si temblara un campanario.
Sacudes los sueños masculinos adheridos a tu piel cual sanguijuelas.
Las miradas anhelantes te poseen cuando danzas
y se aposentan en el paraje blanco de tu selva negra: tu cabello,
en tu espacio esculpido en el ritmo tribal y obsesivo de tambores,
en lo telúrico de tu danza primigenia,
en la pantalla que retiene tu fantasma
de mujer hermosa intocada por el tiempo.
Eres, Tongolele, fiera atrapada en la jungla de miradas.