Pedro Almazán
1:00 a.m. Programé el despertador antes de acostarme. Desde hace horas intento dormir sin conseguirlo. Mi mente vacila en un montón de ideas que van y vienen… caóticas. El tic tac del reloj marca lo que parece ser un compás interminable, cierro los ojos y vuelve a aparecer, desafiante y encantadora, indiferentemente cruel en su ausencia, apasionadamente generosa cuando sus caricias resbalan por mi piel. Pretendo seducirla hablándole al oído. Ella con su sonrisa embustera se aleja y me deja en medio de frases que mueren antes de nacer ¿Quién es? No lo sé, pero acostumbro a llamarla musa.
2:00 a.m. Creí haber dormido más tiempo pero al parecer fue sólo un instante. Miro la hora en el reloj y mientras me froto los ojos, escucho apresuradas pisadas que afuera impactan el pavimento. Los gritos devoran el silencio y el ladrido de los perros acompaña a otra jauría que corre detrás de los batos de la cuadra; éstos buscan refugio en los callejones mientras tibias miradas parpadean en las ventanas con un dejo de indiferencia. Pienso en esa cadena de muertes que en los últimos meses agobió a mi generación. Me pregunto si el próximo seré yo. En fin, al amanecer habrá múltiples versiones de lo ocurrido, pero como siempre todo pasa nada queda.
3:00 a.m. Programé mal el despertador y la alarma suena exactamente a esta hora. La ajusto. Miro a través de la ventana, la calle está en calma. Busco la luna sin hallarla, el cielo parece tener algunas estrellas difusas como si alguien las hubiera dibujado con un crayón. Una silueta dobla la esquina, carga un velís con desesperanza. El ruido de los tacones marcha disonante y se aproxima a la luz, entonces veo de quién se trata. ¿Siete años? ¿Trece? ¿Más de treinta? Parece tener las tres edades en el rostro. Hace tiempo hablamos y me contó de sus sueños rotos, poco pude decir y me limité a escucharla. Voy en busca de su fotografía, la cual conservo en algún rincón de mi casa. Los recuerdos fluyen y me temo que de insomnio se vestirá esta madrugada.
4:00 a.m. Una voz desde la calle hace añicos el silencio; el borracho le reclama a su sombra lo que parecen ser algunas cuitas de amor; indignado lanza golpes al aire con tanta fuerza que sus piernas se tambalean y le hacen caer. Pretende levantarse pero aquello que llaman fuerza de gravedad ¿O de ebriedad? lo vuelve a tirar. La intermitente luz del farol le permite sentarse en la acera. Mientras recoge las piernas, cruza los brazos en lo que parece ser un interminable intento de blindarse para no llevar de nuevo quebrado el corazón.
5:00 a.m. Por fin puedo cerrar los ojos pero ella aparece, cruza la puerta con una botella de vino en la mano. Se sienta frente a mí un tanto nerviosa y me habla del pasado; me ofrece un trago,yo enciendo un cigarro. Las miradas comienzan a traicionar la aparente calma que flota en el aire y una mutua entrega enmudece los susurros en la antesala del amanecer. Lejos de toda culpa, lejos del pudor la pasión se desborda y arrincona las promesas. Llegó a su fin la espera, se consumen las noches de insomnio en que imaginé su cuerpo desnudo a mi lado, casi perfecto. Sin embargo, cuando estoy por perecer en sus brazos, el despertador diluye el momento, abro los ojos y se ha marchado.La busco en la calle desde la ventana y observo solo cenizasexhalando.
6:00 a.m. Aviento el despertador contra la pared y se hace pedazos. Con más dudas que certezas recupero las imágenes que el insomnio me dejó. Puedo quedarme sin dormir pero no sin soñar. Me cuelgo la guitarra al hombro y salgo a la calle.Vivir aquí está bien aunque siempre me ha intrigado conocer lo que hay afuera. Volteo para contemplar mi ventana, con una seña le digo adiós. Los batoslamen sus heridas en la esquina de la cuadra. La niña que dibujaba estrellas en la pared, con una taza de café en las manos se asoma desde el balcón de su casa; aún conserva su playera de los Stones. El borracho… ¡Lotería! busca donde curarse la resaca. A mi lado vuelve a aparecer la musa como fantasma; me toma de la mano y me invita a dar un rol, pues como forastero que cruza fronteras, lo mismo vengo que voy.