(Basado en “Las vidas imaginarias” de M. Schwob)
Por.-Fernando Roque
Acurrucada en el suelo cual mascota,
frágil de ternuras adornada
la amorosa Selvaggia idolatrando al sol de su alma entristecida:
Paolo Ucello, pintor del pueblo
con ráfagas de colores ametralla la palidez del muro,
la tarde se derrite sobre su húmedo estudio
alfombrando de luz la entrada de la estancia,
mientras las sombras se retraen a sus abismos,
cantos de pájaros en lontananza, campanadas hundiéndose a lo lejos;
la cariñosa criatura se levanta a limpiar los pinceles del maestro,
a traer agua de la fuente o frutos en un cuenco de oloroso sándalo,
sus manos de nívea piel cual armiño inquieto
mientras Paolo se prepara un baño para quitarse el cansancio de su cuerpo,
después cenar con ella a un lado y dormir abrazado a su espalda
como protegiendo un nido del ataque feroz de un galgo
cuidando a Selvaggia de las desventuras de la vida:
Ucello la rescató de este naufragio y la llevó consigo
cual se lleva de la mano a la inocencia,
le dio el amor que más necesitaba: de amante, padre, hermano;
la fidelidad fue el lazo que no rompió con su espada el paso de los años,
y de la misma forma un día funesto se la quitó la vida;
como un pajarito quedó muerta en el lejano rincón del cuarto
dónde solía dormir como milano
y Paolo Ucello entendió que fue un ángel
que por breve tiempo la prestó el destino.
