Escribe.-Edilzar Castillo. edilzar [email protected]
Esa tarde, el anciano toca su tambor de cuero enfiestado de música de flautas de carrizo, los huesos de su mujer yacen dentro de la madre tierra bajo sus pies, con cascabeles de bailarines ebrios, quienes danzan como dioses en praderas de hongos.
Recuerda cuando llegaban a la ciudad esperanzados en vender aquellas modestas artesanías, realizadas con esas callosas manos quienes le inyectaban todo el cariño, recuerda también como el “ladino” el hombre de la ciudad, le regateaba el precio de sus productos, tratando de pagarle lo menos que se pudiera para arrebatarle aquello que adornaría su casa, con el poco dinero obtenido, sólo compraría lo indispensable para subsistir en el olvido y la miseria, allá en su aldea marginada de la dizque civilización.
Hoy que se encuentra sin su pareja, en medio de ese gran silencio que produce la miseria.
El anciano se sumerge en su sueño chamánico, atraviesa el mar, la montaña, para llegar a un lugar sin males, al jardín de la sierra, quizá donde piensa, le aguarda su mujer con sus manos sabias tejiendo carrizo sentada a la sombra de un mezquite eterno, en donde quizá al fin, sea feliz.