“Reconocer” es una palabra que seduce y enamora se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, con una simetría perfecta como: un eco que regresa de manera susurrante al oído, y es que, para avanzar, a veces hay que volver, todo conocimiento es también un reencuentro.
Su etimología —del latín recognoscere— nos habla de “conocer de nuevo”, es decir, no de solo acumular datos, sino de mirar con otros ojos. En un mundo hiperactivo saturado por pantallas, métricas y perfiles, reconocer no es solo identificar rostros mediante inteligencia artificial, es un gesto profundamente humano: ver al otro y verlo con dignidad, con la humanidad que vamos dejando de lado atrapados en la cotidianidad de la vida.
En la era digital, corremos el riesgo de reducir el reconocimiento a un “like”, a un escaneo biométrico, a un algoritmo que decide por nosotros a quién debemos mirar y cuando mirarlo. Pero el verdadero reconocimiento, el que sostiene el tejido social, es aquel que implica presencia, empatía y conciencia. No se da con un clic, sino con una pausa que nos permita conectar.
Reconocer exige cuidado por el otro, por la memoria y por la palabra misma. En una sociedad cada vez más automatizada, urge rescatar el reconocimiento que no clasifica, que no simplifica, que no encasilla, que no etiqueta. Es recordar que todo ser humano es más que sus datos, más que sus errores, más que sus rutinas, es más de lo que podamos pensar.
La tecnología debe servirnos a reconocer mejor, no a deshumanizar más rápido, porque cuando los algoritmos sustituyen al juicio, y las plataformas dictan la relevancia, el riesgo no es sólo técnico: es ético.
Así, “reconocer” se vuelve una palabra con responsabilidad social. Nos invita a mirar sin prejuicio, a conectar sin consumir, a pensar sin fragmentar. Es una palabra que no solo se lee igual al derecho y al revés, sino que nos recuerda que el futuro necesita memoria, y que toda innovación debería empezar por reconocer lo que somos.
Por eso hoy, más que nunca, reconocer es un acto de rebeldía, una forma de no dejar morir a nuestra humanidad.
Agradezco al Maestro Roberto Mantilla, que en una clase desnudó magistralmente la palabra reconocer, atendiendo tanto su forma como su fondo. De esa revelación nace esta reflexión, servida con el glamour de un vino que no se bebe de prisa: se saborea, se piensa… y a veces, revuelve el alma.
Soy Luisa Leticia Pérez Medina, profesora en ICATEQ, plantel San Juan del Río, Querétaro, donde imparto capacitación en el área de informática como una herramienta clave para el desarrollo de habilidades y el fortalecimiento del pensamiento crítico.