La última vez hablamos de Pegasus, ese espía de bolsillo que se cuela en conversaciones, fotos y hasta en el silencio. Era la vigilancia vertical: la que baja desde arriba, hecha por gobiernos o empresas que miran sin ser vistos, con tecnología millonaria y la excusa de la seguridad.
Hoy no hace falta tanto dinero: basta un celular y el pulgar inquieto de quien graba para que la intimidad —propia o ajena— cruce en segundos de lo privado a lo público. Así pasamos del ojo invisible del Estado al ojo curioso de la calle. Una tarde cualquiera, con el calor pegado a la piel y el ruido del tráfico de fondo, alguien levantó el teléfono y encuadró la escena: dos policías en una patrulla, en su propio momento. Sin sirenas ni reportes, la imagen se soltó sola: saltó de chat en chat, cruzó muros de Facebook, se coló en grupos de WhatsApp… y como suele pasar en internet, los memes no tardaron en aparecer. Entre la risa y la malicia, el video se volvió chisme, broma y noticia, hasta que también llegó a manos de las autoridades. Es el ejemplo más reciente, pero no el único: cada semana algo o alguien cruza esa frontera.
Según el Informe Digital 2025 de DataReportal, México tiene 93 millones de usuarios activos en redes sociales: el 70.7 % de la población. El 83.3 % usa internet y el 96.5 % tiene conexión móvil. En un país tan conectado, la cámara de cualquier persona puede ser tan poderosa como el software de un gobierno. A esto se le llama vigilancia horizontal: cuando cualquiera puede grabar y difundir sin pedir permiso. A veces sirve para denunciar abusos; otras, como aquí, solo expone momentos cuya importancia como “asunto público” es discutible. En medio, la reacción puede ir de la denuncia legítima al simple gusto de mirar.
No siempre grabamos para vigilar: a veces lo hacemos sin pensar, otras para guardar evidencia y muchas para compartir. La exposición digital no necesita grandes escenarios: basta un grupo de WhatsApp y la decisión de reenviar. Así, lo que era privado se vuelve viral, combustible para la indignación o simple material de sobremesa.
Pegasus nos recordó que los gobiernos pueden espiarnos sin que lo notemos. Este caso nos recuerda que también nosotros nos vigilamos y nos juzgamos a plena luz del día. La diferencia es que cuando el Estado vigila, lo hace con poder oficial; cuando lo hacemos entre nosotros, usamos un poder social. Y aunque parezca pequeño, ese poder también puede cambiar reputaciones, trabajos y vidas. La pregunta es: ¿en una sociedad tan conectada, sabremos usarlo con la misma responsabilidad que pedimos a los que nos vigilan desde arriba?
Soy Luisa Leticia Pérez Medina, instructora en ICATEQ, Plantel San Juan del Río, donde imparto cursos diseñados para responder a las necesidades de una ciudadanía inmersa en la interacción digital.