Por: Joaquín Antonio Quiroz Carranza
La máscara, el antifaz, la mascarilla, el maquillaje, el pasamontaña, el paliacate o cualquier otro artilugio que cubra el rostro total o parcialmente, permite esconder al ser que por dentro somos, posibilita expresar lo que “a rostro desnudo” seríamos incapaces de hacer y decir. Cubrir el rostro esconde imperfecciones, identidades, vergüenzas, nos transforma en otro: bandido, superhéroe o individuo anónimo. Para Octavio Paz es escudo, muro y haz de signos.
Se ha reflexionado sobre la aceptación masiva y dócil de la mascarilla sanitaria durante la decretada pandemia del Covid-19, algunos señalan su imposición, pero en realidad nada que sea obligatorio se acepta fácilmente. En el caso de la mascarilla sanitaria, más que verse como una protección antiviral, inconscientemente fue apropiada para esconder el ser interior, ocultar todo aquello que no agrada al propio individuo: dentadura, tipo de labios, forma de la nariz, imperfecciones, cicatrices, hasta color de piel. Con este conflicto de identidad, rápidamente la mascarilla sanitaria fue sustituida por cubrebocas con marcas comerciales, falsas sonrisas, dentadura de calavera, rostro diabólico, entre muchas otras expresiones de lo simbólico.
La obligatoriedad de la mascarilla sanitaria fue aceptada rápidamente porque satisface la necesidad de ocultar parcial o totalmente el rostro. Muy pocos criticaron su uso obligatorio, la inmensa mayoría de la población la convirtió en parte integral y necesaria de la indumentaria cotidiana, pues cubre la necesidad de ocultarse.
La demostración fehaciente de la hipótesis antes señalada es que a pesar de que paulatinamente deja de ser una medida obligatoria, una gran parte de la población, aún en sitios abiertos y con una bajísima densidad de personas, sigue usando un cubrebocas “de moda” a pesar de la demostración de que ese tipo de material textil no impide de ninguna forma el paso del coronavirus al tracto respiratorio.
El ser humano es un homínido simbólico, requiere de signos que codifiquen y ratifiquen su existencia. Para el mexicano la máscara y sus sucedáneos transfiere el significado de sus antiguos ritos y costumbres, diariamente se inventan nuevas máscaras o cubiertas que modifican su rostro, sean textiles, tatuajes, insertos, lentes de contacto de colores o aquellos que modifican la forma del iris ocular.
Se cree que el mexicano adoptó la mascarilla sanitaria por miedo o disciplina pandémica, tal vez, en algún porcentaje, pero muy probablemente la mayoría la asumió como una forma de ocultar su yo verdadero o lo que cada uno considera sus defectos faciales: cicatrices, forma de labios, tipo de nariz, textura de la piel, forma del rostro, color de piel. El tiempo verificará esta reflexión.