Por El Hombre de Negro
En la historia del rock, pocas bandas han logrado construir un legado tan profundo y envolvente como Pink Floyd, el grupo británico que convirtió la música en una experiencia sensorial, filosófica y, a veces, dolorosamente humana.
Formados en Londres en 1965, Roger Waters, David Gilmour, Richard Wright, Nick Mason y el enigmático Syd Barrett —la chispa creativa original que se extinguió demasiado pronto— crearon algo más que canciones: levantaron monumentos sonoros con ladrillos de locura, política, introspección y crítica social.
Un viaje al interior de la mente
Álbumes como The Dark Side of the Moon (1973), Wish You Were Here (1975) y The Wall (1979) no solo marcaron a generaciones, sino que reescribieron las reglas de lo que un disco conceptual podía ser. Pink Floyd llevó al oyente por túneles de paranoia, crítica al sistema educativo, la alienación y la locura, temas que resonaban —y aún resuenan— con inquietante actualidad.
El sonido del espacio y la rabia
A través de sintetizadores, delays, guitarras líquidas y experimentación en estudio, Pink Floyd desarrolló un lenguaje musical propio. No se trataba de virtuosismo gratuito, sino de arquitectura sonora: cada nota, cada eco, cada explosión tenía un propósito. Su música no solo se escuchaba, se habitaba.
Roger Waters fue el arquitecto ideológico; David Gilmour, el alma melódica; Rick Wright, el color y la atmósfera; Nick Mason, el pulso constante. Pero el genio perdido de Syd Barrett sigue flotando como un fantasma triste, especialmente en temas como Shine On You Crazy Diamond, que le rinde homenaje.
Entre el mito y la fractura
El éxito masivo de The Wall trajo consigo una tormenta interna. Las tensiones creativas —principalmente entre Waters y Gilmour— llevaron a la salida del primero en los 80. Aunque siguieron caminos separados, el público siempre los soñó unidos. En 2005, el milagro ocurrió: reunión fugaz en el Live 8, que dejó una huella imborrable.
Con el fallecimiento de Richard Wright en 2008, y el retiro definitivo del grupo en 2014 tras The Endless River, el epílogo parece escrito. Pero como ocurre con los grandes mitos, Pink Floyd nunca muere: sus discos siguen vendiendo, su influencia es omnipresente y su mensaje, tristemente, sigue vigente.