Por: Paul Ospital Carrera
Parece que Ecuador y México se encuentran en rincones distantes de América Latina, sin embargo, se han visto sacudidos por violentos episodios que, aunque geográficamente separados, comparten sorprendentes similitudes. Ambos sucesos, uno en la tranquila tierra ecuatoriana y otro en las ardientes tierras de Sinaloa, revelan una alarmante realidad: la lucha contra el narcotráfico desata una espiral de violencia, desafiando la estabilidad de naciones enteras.
En Ecuador, la fuga de prisión de un par de líderes de bandas criminales ha sido la chispa que encendió un polvorín de disturbios carcelarios, secuestros de policías y hasta la toma de un canal de televisión en vivo. Mientras tanto, en México, el Culiacanazo aún resuena en la memoria colectiva. La operación para capturar a Ovidio Guzmán, hijo del célebre Chapo Guzmán, desencadenó un enfrentamiento armado que desafió la capacidad del gobierno para mantener el orden.
En ambos casos, la violencia se extendió más allá de las prisiones y se infiltró en las calles. La sociedad se ve atrapada en la vorágine de una lucha que, lejos de controlarse, se intensifica, desbordando los límites de la seguridad ciudadana. Un informe revelador de la ONU, publicado en marzo de 2023, destaca un vínculo fundamental entre la violencia en América Latina y la rivalidad entre aliados locales de los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. México se ha convertido en un exportador de violencia, y Ecuador, en su aparente tranquilidad, se ve arrastrado por la misma corriente de conflictos derivados de estas rivalidades, evidenciando cómo la geografía no es barrera para las redes del narcotráfico.
La cocaína, motor de disputas territoriales y violentos enfrentamientos, se ha convertido en una amenaza común que trasciende fronteras. Los cárteles, al expandir sus operaciones, generan una espiral de violencia que afecta a comunidades enteras y desafía la capacidad de los gobiernos para mantener el orden. En este escenario, la responsabilidad gubernamental emerge como un factor crucial.
En Ecuador, el presidente recientemente electo Daniel Noboa, un joven de 35 años, está enfrentándose a la escalada de violencia, declaró un “conflicto armado interno” y movilizó al ejército para neutralizar a pandillas identificadas como “organizaciones terroristas”. Mientras tanto, en México, seguimos perdiendo el tiempo en la llamada estrategia de “Abrazos, no Balazos” del presidente López Obrador. El gobierno de Morena, que dijo, se iba a centrar en abordar las causas de la violencia, se exhibe con su evidente incapacidad para contener eficazmente las actividades delictivas. La realidad demuestra que, aunque abordar las raíces del problema es esencial, se necesita una estrategia integral que combine medidas preventivas con acciones directas contra el crimen organizado. Hoy, lamentablemente ambos países enfrentan desafíos comunes en la lucha contra el narcotráfico, pero sus caminos divergen en la respuesta gubernamental. Ecuador ha optado por una postura más enérgica, con respuestas audaces y lo que parecen ser estrategias efectivas.
En este cruce de caminos, entre el caos y la esperanza, el reto es monumental, pero la oportunidad de transformar la realidad y construir un futuro más seguro y próspero, no solo para México, sino para toda América Latina es tan palpable como urgente. Por fortuna, en México, Morena ya se va.
*Diputado local, coordinador del Grupo Parlamentario del PRI en la LX Legislatura y vocero nacional del PRI.