CONTRAPUNTOS
Adriano Herrera Álvarez
“El miedo de algo es la raíz del odio hacia otros, y el odio que yace dentro de ellos, eventualmente destruirá a aquel que odia.” — George Washington
El odio es un sentimiento negativo o de rechazo que experimenta el individuo como resultado de sus frustraciones; tiende a ser vivido de manera muy intensa e incontrolable, despertando en las personas que lo experimentan una profunda antipatía.
Hay varios tipos de odio: el racismo, la xenofobia (actividad de rechazo, hostilidad o miedo hacia personas extranjeras o de otro origen cultural), el odio religioso, intolerancia ideológica, odio al movimiento LGTBI, discriminación lingüística, edadismo (el odio que existe hacia los ancianos), misoginia.
Hay un tipo de odio que puede ser el peor: el odio hacia nosotros mismos, cuando los valores éticos han sido devaluados e inconscientemente existe un malestar en todo lo que hacemos, lo que pensamos, lo que elucubramos. La inmediatez de esta emoción gravita en las personas muy enfermas emocionalmente, que cuando les tocan el timbre (cuando una persona es estimulada de manera negativa, “tocando” alguna fibra sensible que insta al individuo a manifestarse violentamente), tanto así que puede llevarlas a la violación, golpear a personas mofándose de su condición, posteriormente al hostigamiento y, extremadamente, al asesinato: “crímenes de odio”.
El odio viene incluido en nuestros genes, se exacerba cuando crecemos obteniendo más información de la vida, comportamientos familiares, sociales, de comunicación, de educación y lo que obtenemos de información actualmente con el internet y las “benditas” redes sociales, en donde hay tutoriales para hacer bombas caseras, cómo desaparecer un cadáver sin dejar huella y otras miles de cosas que tienen en común la aberración y la enfermedad mental.
Los grandes crímenes de odio en la humanidad son el Holocausto de Hitler (más de seis millones de judíos), los asesinatos de Stalin en Rusia (más de siete millones de personas), el 2 de octubre de 1968 en México, los atletas judíos asesinados en la Olimpiada de Munich, las dos grandes guerras mundiales. Puedo dar muchos ejemplos… en corto, y en México, todas las miles de personas que han perdido la vida en el régimen pasado, récord que está siendo superado en este año con el nuevo gobierno.
También, y de manera abstracta, uno de los grandes crímenes, el más obtuso, el más bajo, nefasto y cruel, es la hambruna que padecen países latinoamericanos, África, Medio Oriente y Asia, una situación vergonzante. Esta también es una forma de odio: ver las cosas de soslayo, hacernos tontos, mientras miles de personas en este momento histórico se están muriendo literalmente de hambre.
Pero, ¿qué podemos hacer? Aquí aplica una de las citas más interesantes del Maestro José de Krishnamurti: “La paz individual es la paz del universo”, una frase que nos invita a tener paz para que ésta se refleje en nuestras actitudes, tratando de mejorar al mundo, pero no me convence totalmente. Hay programas que piden una pequeña cantidad para beneficiar mensualmente a los niños menos afortunados, que padecen hambre, que están aquí y allá sufriendo por comida, por agua (en el caso de África). Hay que hacerlo, algo podemos hacer, y hay personas que conozco que discriminan tajantemente a las personas que andan en el traslado de sus países centroamericanos a la Tierra Prometida: USA, el sueño americano. Los podemos ver aquí, en San Juan del Río, negritos en las esquinas de las avenidas con sus niños, mendigando unas monedas. Esos están a nuestro alcance. ¿Podemos ayudarles? Claro que podemos hacerlo, solamente hay que poner a trabajar la llamada buena voluntad y dar a las personas algo de lo mucho o poco que tenemos. Algunos no lo hacemos porque no hay dinero, otros porque van de prisa, otros por repugnancia y, sin dudarlo, muchos no lo hacen por un cierto odio racial y otros porque simplemente no se les da la gana.
Está el odio en el seno familiar. Por una cosa u otra, no armonizamos con alguno de los miembros de nuestra familia y lo odiamos. El dinero, causante de muchas desgracias, la rebelión de la juventud y su odio con el establecimiento del hogar, de la sociedad, del mundo. Esto siempre ha existido. Por ejemplo, yo estudié en la Preparatoria 6 en Coyoacán, CDMX, y muy seguido había broncas campales contra la Preparatoria 5, que relativamente estaban cerca… Se veían venir las hordas de estudiantes con palos, piedras, agredir a los enemigos a como diera lugar. Era, como se dice vulgarmente, un verdadero “desmadre”. Las chicas se encerraban en las aulas, el director se desaparecía y los policías de Coyoacán no nos tocaban porque éramos cientos de estudiantes y le sacateaban… Pero ¿por qué peleábamos? Hasta la fecha no lo sé, pues las dos preparatorias pertenecían a la UNAM… y deduzco que solamente era porque “odiábamos” a los de la Prepa 5. Una verdadera estupidez, pero en el momento, no sé de dónde nos salía lo valiente, la indignación sin fundamento, el “honor” para defender la integridad de la preparatoria. ¿No es ridículo? ¿No será que somos misántropos por naturaleza?
Cuando descubro que el odio nace del miedo y del ego, me sorprende, pero así parece ser. Me cuido de lo que pienso, de lo que siento, no odio a nadie, no sé si alguien me odia, ni por qué, pero finalmente, si existe esa persona, “que con su pan se lo coma” — como decía mi abuela Margarita…