PROFRA. ROSALINA SALINAS BASALDUA.
Escribe:- Roberto Jiménez Salinas
La noble labor de ser maestro rural en México pasa casi desapercibida en las zonas urbanas, y mucho mas la labor de aquellos maestros que se enfrentaron en carne viva al olvido y pobreza del medio rural, que dieron rumbo a la inocencia de la niñez en las zonas rurales.
Un ejemplo claro de vida y pasión por la docencia es el de la Profesora Rosalina Salinas Basaldúa, nació en la Villa de Tierra Blanca, cabecera del municipio del mismo nombre en el Noreste del Estado de Guanajuato, en plena Sierra Gorda. Hija de Doña Sofía Basaldúa García, maestra rural quien hablaba latín y la lengua Hñähñu de la región, tocaba el armónico y el órgano, sabía solfeo, cantaba y tocaba por nota la música sagrada en las Parroquias de Tierra Blanca y San José Iturbide Guanajuato, y de Don Justino Salinas Mendieta comerciante, quien gustaba de tocar el violín de manera lírica, prefería el estilo de los huapangueros arribeños.
“Recuerdo mi niñez como una de las etapas mas hermosas de mi vida, fui una niña muy feliz, me sentí amada, nunca me falto nada, todo lo que mis padres me podían dar me lo dieron, en casa nunca falto comida y menos carne, mis papás en ese tiempo tenían una carnicería y había todo tipo de carne. Si había carencias no me daba cuenta, pues no teníamos ambiciones desordenadas”1.
Su deseo de ser maestra se manifestó desde niña, le gustaba reunirse con los amiguitos del pueblo y jugaban a la escuelita y ella era la maestra, una tarde ya para obscurecer se reunieron nuevamente y a la luz de la luna jugaban, la maestra usó a falta de tiza las hojas de La Buena Moza, una planta de hojas anchas de tintura verde y como pizarrón la pared recién encalada de un vecino, dejando la clase de aquella tarde-noche en aquella pared como mudo testigo de su amor a la educación.
“Al día siguiente muy temprano estaba en casa aquel señor Don Francisco Reyes que e.p.d. para informar a mi papá que la pequeña maestra le había pintado su pared recién encalada, mi papá le pago los daños y sonrió, jamás me regaño por ello”1.
La maestra Rosalina en su infancia tarareaba aquella canción de la estampilla, “paloma de donde vienes, vengo de san Juan del Río” sin imaginar que la vida le llevaría a esta región del Bajío mexicano, “al plan” como se dice en la Sierra. Un sacerdote y párroco de Tierra Blanca le solicito a Doña Sofía su mamá que hicieran lo posible por brindarle estudios a sus hijos, y aprovechando que se realizaría una operación quirúrgica en la ciudad de Querétaro se trasladaron a ella y ahí vivió una etapa que pondría a prueba sus sueños y deseos de superación.
Como todo aquel que emigra del campo a la ciudad se enfrentó a vivir y luchar en un mundo desconocido, vivieron en familia tiempos difíciles y a la vez llenos de alegría y unidad, fortalecidos por la fe inquebrantable de su madre, añorando la siempre festiva Tierra Blanca.
SERVICIO SOCIAL SIN ASPAVIENTOS.
Al fin sus sueños se hicieron realidad y se gradúo de maestra, fue enviada como maestra rural a la comunidad de El Sitio, San Juan del Río, Querétaro, en aquel agreste lugar cuando se disponía a desarrollar su plan de trabajo las autoridades ejidales y municipales de clara filiación Osornista le pidieron de mal modo y a manera de bienvenida, que se abstuviera de hablar de religión a los estudiantes a lo que contesto con firmeza “Soy maestra de educación primaria, no soy catequista, y vengo a educar a estos niños y eso haré”1.
Les enseñó a purificar el agua pues la tomaban de una presa cercana, las clases pasaron del abecedario hasta salud, higiene y cuidados personales, era muy triste de ver que a los niños en vez de agua les daban pulque para beber, cada quince días podía regresar a casa pues el camino era malo y sin transporte: “nos traía un señor que venía por mercancía a san Juan del Río y otras veces a caballo”1. Al poco tiempo se ganó la confianza de la gente, hizo muchas amistades, y a pesar de la prohibición religiosa muchos son sus ahijados y compadres.
Recibió órdenes de trasladarse a la Comunidad de Cerro Gordo, donde de igual manera le sorprendió la pobreza de aquella población que hacía su vida en torno a la hacienda del mismo nombre, formó a la par de la escuela un grupo de señoritas para brindarles ayuda en asuntos de mujeres, cuidado personal, temas de salud e higiene y economía, e igualmente se gano pronto el cariño de la gente, actualmente cultiva la amistad de quien le brindo ayuda en las comunidades de El Sitio y Cerro Gordo.
SANTA CRUZ NIETO.
Su apostolado le llevó a la comunidad de Santa Cruz Nieto, donde las condiciones de vida no eran tan diferentes a las anteriores, las carencias dolían a la vista: “En ese tiempo Santa Cruz Nieto era muy pequeño, solo había callejones, las casas era pequeñas de piedra y lodo, las familias muy limpias y gentiles, me recibieron en la casa y familia de don Cándido Jiménez y su esposa Catalina Arteaga, usaban las señoras los braceros altos en sus cocinas que me recordaron el que teníamos en casa en Tierra Blanca”1.
“Cuando conocí la escuela en Santa Cruz me dio enorme pena y coraje, La Enseña Nacional en un rincón casi se deshacía, el pizarrón sobre una silla e inutilizable, las bancas de los niños parecían mecedoras de lo mal que estaban”1.
Su primer trabajo fue presentarse y en asamblea les manifestó a los padres de familia que así era imposible trabajar, organizó faenas para remodelar los salones obscuros y húmedos que servían de escuela, los encalaron, los mesa-bancos fueron lijados, debidamente pintados y remachados, se compró una bandera nueva y se colocó con dignidad, un pizarrón nuevo y bien colocado en la pared, se hizo una especie de auditoría para ver los dineros en caja y la rentabilidad de la parcela escolar, se compró un tocadiscos y bocinas que mas tarde sirvió para amenizar los festejos escolares, eventos sociales, bailes y kermés, se dio a la tarea de construir un teatro al aire libre que aún se conserva.
La educación lleva consigo muchas tareas y entre ellas está el mostrar la calidad de los estudiantes, se abocó a preparar a los alumnos en danza y civismo, logrando con ello que aquellos humildes niños lograran los primeros lugares en Concursos de Danza Folklórica y de Escoltas a nivel zona y Estado dejando muy mal parados a maestros y alumnos de refinadas escuelas que lo tenían todo y no atinaban a entender cómo los alumnos de una comunidad rural y pobre les despojaba de los premios.
En Santa Cruz Nieto conoció a Don Modesto Jiménez Ríos “El Profe”, un personaje que recuerda la época postrevolucionaria con quien contrajo matrimonio civil y por la Iglesia, establecieron su hogar y procrearon cuatro hijos, un llamado de esta tierra quizá fue aquella copla de “La Estampilla” que cantaba de niña “paloma de donde vienes, vengo de san Juan del Río, cobíjame con tus alas que ya me muero de frio” que resulto profética.
UN SUEÑO PARA LA COMUNIDAD, LA NUEVA ESCUELA.
Después de muchos trámites y gestiones se consolida el sueño de contar con instalaciones dignas, “En 1970 me hicieron entrega como directora que era de la nueva escuela, dos aulas, sanitarios separados para niños y niñas, un teatro al aire libre y monumento a la bandera, el predio fue donado por los señores ejidatarios, era una fiesta el desmonte del predio, pues estaba lleno de nopales y arbustos, todo el pueblo cooperó”1.
LA ESCUELA FRANCISCO MONROY VÉLEZ.
Andado el tiempo pidió su cambio a la Ciudad de San Juan del Río, para que no interfiriera la educación de sus hijos con la de los demás niños, para que no se pensara que había favoritismo en su trabajo docente, sus órdenes llegaron para presentarse en la escuela Francisco Monroy Vélez, donde por azares del destino le fue entregado un grupo escolar muy particular, un grupo que nadie quiso atender, eran niños rechazados de otras escuelas, niños rebeldes a falta de amor, niños pobres de cariño y recursos, de edades muy diferentes entre sí, eran los olvidados, los guerrosos.
“Pensaron que iba a renunciar, pero hice con aquellos niños un gran equipo y me esforcé en ganarme su confianza y cariño, es un grupo que me dejó una enorme satisfacción y siempre lo recuerdo con amor”1.
En la Escuela Francisco Monroy Vélez recibió su jubilación con la satisfacción del deber cumplido y con el reconocimiento de sus compañeros de escuela, de zona y de todo el Estado que se había ganado por su honestidad en el ejercicio de su encargo.
“Para mi es muy importante y le agradezco a mi esposo que me haya dicho: Te agradezco mucho la educación que le has dado a mis hijos, el cariño y respeto que me tienen te lo debo a ti, fue y es como el reconocimiento más importante a mi trabajo como docente”1.
Muchos de sus alumnos ahora ya profesionistas y algunos empresarios le recuerdan con gratitud y cariño, le reconocen qué gracias a su consejo, educación y a los valores que sembró en ellos ahora sean mujeres y hombres de provecho, muchos le visitan, le envían saludos, le llaman a voces en la calle, los padres de aquellos niños agradecidos le presentan a sus ex-alumnos ahora profesionistas con la misma gratitud y afecto.
La Maestra Rosa como todos le llaman, vive en su querido Santa Cruz Nieto, rodeada del amor de su familia, hijos y nietos, de sus vecinos que le respetan y admiran por su gran calidad humana, cultivando las viejas amistades con el mismo cariño que cultiva sus azucenas, violetas, orquídeas y bellas aves que cría con esmero.
Un gran ejemplo viviente del Maestro Rural mexicano, que Dios le conserve Mil años en salud, paz y prosperidad.