Bella playa de Chetumal .
Esa tarde, después de laborar nueve horas detrás de un escritorio, se despidió, de sus compañeros, abordó su automóvil, empezó el viaje a su casa, de repente, se detiene, en casa aún no hay nadie, Janet (su esposa) sale hasta las ocho de la noche del trabajo, Perla (su hija mayor) está en la Universidad, hoy tiene prácticas en el hospital, por cierto debe ir a recogerla a las diez treinta de la noche, y Pepe, (su otro hijo) está de gira, se fue con la banda de guerra a Mérida. Al pasar frente a la playa, se detiene, baja del auto, siente los brazos caniculares de ese mes de mayo, el calor sofocante, aunque el sol ya se está poniendo su pijama de mar, enfrente está la bella playa, esa que tiene una escenografía de pelicanos, un coro de gaviotas posadas en el mágico manglar, la blancura de finísima arena ya denota algunas pecas del sargazo, a un costado jugosas ofertas coquetean con su sed, adquiere un paquete de cervezas, se despoja de sus zapatos, camina lentamente, se detiene bajo una palmera, abre una cerveza, toma el primer trago, siente la magia del sabor salado y fresco, su temperatura se regula, contempla la profundidad del horizonte esmeralda, vuelve a tomar otro sorbo, sentado, empieza a confundir el rumor suave de las olas con las notas de su soledad. Las arrugas de su memoria se refrescan, para entonces ya abrió la segunda cerveza, cierra los ojos, en su mente se construye un puente desafiante de distancias físicas y temporales, lo lleva a ese pueblo de su nacencia preñado de ensueños infantiles; en efecto, se imagina en el centro de aquellos cafetales, aquel pueblo místico de Chiapas, el quisiera estar este próximo mes de noviembre en el festejo a los muertos, ayudar su Mamá en el protocolo de honrar a sus difuntos, principalmente al Abuelo y a su Papá, de quienes estuvo ausente el día de su muerte, toda una cadena de datos siente arrojado a sus pies, confundido en esa tibia y sedosa arena, el quisiera despertar y recomponer esos despedazados recuerdos, salir de él, abrir esas puertas, indistinguibles, mientras el viento agita el follaje de sonrientes manglares, todo parece volar.
Desde su rostro, el agua radiante de triste mirada, cae al mar. De pronto, las garzas vuelan, los perros ladran y gruñen y se escapan, Una extraña, enigmática y misteriosa voz pronuncia su nombre: “Huber: te he buscado a lo largo del camino, quiero saber, quien está en ti?, quien duerme y despierta más allá de tu cama?, porque aquí a mi espalda aparte del verano, dos almas frías de quietud buscan tu aliento y desde lo más hondo, te llaman…” La arena de la playa mide el asombro del infinito silencio, la materia se decanta sin luz, sin sombra, noche y día se confunden y asumen identidades caprichosas. El tiempo es eternidad, se hace polvo, los suspiros desecados naufragan en la humedad marina, cuantas sensaciones, cuantos alientos desembocan en esa brevedad de tiempo, cuantos fantasmas caben en un segundo. Huber abre los ojos, se vuelve lentamente, sin poder evitarlo, alcanza a ver esa enorme figura, sin apreciar su rostro, inmersa en el resplandor de la lucha de las luces por detener la noche, sólo vuelve a escuchar aquella voz que dice: “Aquí está tu abuelo Cayo quien no se despidió de ti, y por ahí, viene tu papá.…”.
Edilzar Castillo edilzar_0203@hotmail.com