Fernando Roque
Lluvia obsesiva que nos cala hasta los huesos,
que penetra las paredes
y asume en el silencio de la tarde su lamento,
permanece quedo,
alejándose un momento
para después volver de nuevo;
empapa el ámbito con su deseo
mientras los cristales sudan su húmedo reflejo . . .
cae lento y permanece,
se enreda con el viento
y absorbe los colores en su prisma quieto,
resbala su elemento
en las hojas y en el tiempo,
penetrando la intimidad salitrosa de la tierra
hasta las raíces secas de lo ignoto.