Rabo de nube PARTE II
Por Rafael Ruiz Ruiz
Sus dedos finos, suaves y largos, se detienen sobre la tecla de avance, ante el repiqueteo del teléfono que llama una, dos, tres veces, como una obsesión que nunca termina de irse, y que hoy ignora a fuerza de tanta insistencia. Afuera, en la calle gris, carcomida por el ruido diario, alguien grita un pregón melancólico que se alarga y se eterniza, como el llanto de los bebes que noche adentro piden el pecho de la madre. Angie da un pequeño sorbo a la taza de café que empieza a enfriarse, olvidada en la mesa de centro, donde una fotografía, y un ramillete de geranios viven: fotografía que ella ve y sonríe, besa al íntimo de su sentimiento. Inconscientemente, su mano hace funcionar el reproductor, en un reflejo incontrolable del hábito, se lleva un cigarrillo a los labios y lo enciende con la indecisión de lo que en realidad no se desea hacer, pero que a fuerza de costumbre hecha necesidad, se hace. El delicado olor del tabaco al arder, inunda suavemente la habitación. Angie lo paladea, lo retiene dentro de su boca, y después deja que se escape en grises nubes que chocan contra el cristal de la ventana. Algunas volutas de ese humo, se enredan entre su pelo lacio, resbalan sobre su cuello: bajan por la blancura de la piel de su espalda, y recorre el principio de sus nalgas que asoman entre los pliegues del cálido cobertor. Un colibrí bate sus alas detrás del cristal de la ventana, mientras ella reconoce el suave calor que nace debajo del principio de su vientre liso. Una fría corriente de aire recorre sus pezones ya erectos, y su mano busca el refugio de sus bien torneadas piernas, que sueñan abrirse como las alas de la mariposa negra, que ya alta la noche en los días de octubre, llega a buscar
cobijo en las vigas de la casa. La llovizna con la que amaneció el día, es ya un redoble de aguacero que sacude las baldosas del patio, y sobre los techos del caserío se estrella deshojándose cual breves flores. El agua cae a cántaros. El ensordecedor impacto del trueno azota el cielo y hace vibrar las calles. Angie se arquea como tocada por la descarga eléctrica que baja con furia de lo alto, rasgando las nubes bajas que besan los techos de las casas, y se refugian en los rincones de la ciudad que asoma su rostro decrépito. El horizonte es una raya de luz que parte la bruma gris que arropa el valle lejano. El arpegio de una guitarra, inunda la habitación con la marea de su armonía que crece despacio. Angie se recuesta sobre el sofá. Al borde de sus hermosos ojos, termina por despeñarse la mañana que empieza a hacerse grande. La nostalgia contenida en la improvisación de ese acorde, avanza lenta, segura, mientras los blanquísimos dientes de ella, asoman entre sus labios rosas, en un gesto que no llega a ser risa, pero tiene un dejo de placer. Sobre la arena de una remota playa de sus sueños, donde ella corre desnuda sobre la arena, nubes bajas se arremolinan sobre los arrecifes formados por enormes rocas, lisas a fuerza de tanta marea contenida. A golpe de viento, el agua salada de esa playa se encrespa, gime con un larguísimo lamento de mujer, que depende de una boca para ser plena. Sin previo aviso la lluvia se va. Angie grita. Cientos de mariposas de alas negras recorren los rincones más lejanos de su cuerpo. La mañana enredada entre flores de agua, y el cu cu de las coquitas que habitan en las rugosas ramas de la higuera; sueña higos que supuran gotas de ambarina miel. -“Si me dijeran pide un deseo….-dice la voz que ha llegado detrás del acorde, Angie sueña que el agua que corre por los canales de las tejas, es un torrente de semen que fecunda todo.