Nota por Alma Moronatti
Juan Morales, un joven pastor de 15 años, regresaba a casa después de encerrar a las cabras en el corral ubicado en la pendiente de una colina, cerca del pueblo. El cielo estaba claro y estrellado, y una brisa fría pasó silenciosamente entre los olivos y arbustos locales. Acostumbrado a la soledad de los caminos rocosos, Juan avanzaba sin prisa, conociendo cada curva y cada sombra del trayecto.
Fue entonces cuando una intensa luz blanca cruzó el firmamento, descendiendo rápidamente hasta materializarse a pocos metros de distancia, bloqueando el camino. El resplandor le cegó, obligándolo a protegerse el rostro con las manos. Poco a poco, la luminosidad se disipó, revelando una cabina rectangular y translúcida, hecha de cristal y suspendida ligeramente sobre el suelo.
Dentro distinguió una figura femenina alta, de impresionante belleza, con largo cabello rubio y una túnica blanca que emitía un suave resplandor. La mujer permanecía inmóvil tras un panel lleno de botones y palancas, observándolo con una mirada fija y penetrante. Juan sintió que ella intentaba comunicarle algo, pero, según percibió, se contuvo, como si creyera que aún no estaba preparado para entender el mensaje. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, acompañado de una extraña debilidad. Sin valor para permanecer allí, se dio la vuelta y corrió hacia el pueblo. Al llegar a casa relató lo ocurrido a su familia, pero se topó con la incredulidad: el episodio fue considerado la fantasía de un niño.
En los años siguientes, Juan volvió a presenciar fenómenos luminosos y se reencontró con la misma visitante, quien aún se resistía a transmitir su mensaje, convencida de que él no estaba listo para comprenderlo. En más de una ocasión huyó, impresionado por la imponente estatura de la misteriosa mujer. Con el tiempo, Juan continuó su vida: se trasladó a Cataluña en busca de mejores oportunidades, trabajó, se casó y tuvo hijos, aunque siempre guardó en la memoria aquellos encuentros.
Solo en 1978, ya establecido en San Sadurní de Noya, el contacto se reactivó tras una extraña explosión en el patio de su casa y el hallazgo de símbolos grabados en el suelo. Esa noche escuchó por primera vez un mensaje:
—Juan, todo lo que has visto tiene un solo origen: Carratraca.
A partir de ese momento, Juan Morales fue inundado por un abrumador torrente de información. Durante los encuentros, la visitante le reveló que provenía del sistema estelar Lira, formado por trece planetas habitados, cuatro de los cuales albergaban inteligencias muy avanzadas.
Este contacto telepático fue progresivo: la mujer transmitía la información por etapas, mientras evaluaba si Juan estaba listo para asimilarla. Le mostró también la visión de sociedades extraterrestres que habían superado el egoísmo humano y vivían en armonía.
La visitante le presentó una tabla mágica, un panel mental lleno de números, letras “V”, líneas rectas y otros símbolos. Para facilitar la comprensión, explicó que las medidas debían interpretarse de forma simbólica: los metros representaban millones (probablemente de millas) y los segundos equivalían a años luz, lo que ayudaba a dimensionar las enormes distancias entre esos mundos. Esta tabla funcionaba como un mapa codificado para localizar y entender la extensión de los planetas habitados del sistema Lira.
El propósito de estas revelaciones era transmitir la existencia de una red de mundos vivos e inteligentes, interconectados por la ciencia avanzada, y despertar en Juan —y en la humanidad— la conciencia sobre la inmensidad y diversidad del universo.
Convencido de que este conocimiento podría transformar la civilización, Juan acudió a la prensa y a las autoridades para darlo a conocer. La visitante incluso le reveló la fórmula para extraer energía magnética limpia, libre e inagotable del éter, capaz de impulsar naves interestelares a velocidades impresionantes: lo suficiente como para ir a Venus y volver en solo seis minutos. Juan explicaba que la Tierra recibe constantemente esta energía invisible, la cual puede capturarse y almacenarse en contenedores semejantes a cilindros de oxígeno, donde permanece “atrapada” hasta su uso.
—El mundo recibe esa energía magnética todo el tiempo. Si no se recoge, se pierde para siempre, pero puede almacenarse en contenedores que se rellenan incontables veces —declaró con entusiasmo a un periodista en 1979.
Tras aquellas declaraciones, dos hombres vestidos de negro, con trajes forrados, sombreros y gafas oscuras, aparecieron en la casa de Juan Morales. Su sola presencia resultaba fría e intimidante. Sin rodeos, lo amenazaron y le exigieron guardar silencio absoluto sobre sus contactos con extraterrestres y sobre la fuente de energía revolucionaria que había descrito. Temiendo por su vida y la seguridad de su familia, Juan optó por callar para siempre, llevándose estos secretos consigo hasta su muerte, en 1997.
El caso quedó documentado en el libro Humanoid Encounters 1930-1949: The Others Among Us, de Albert S. Rosales, investigador cubano-estadounidense que se ha convertido en referente internacional al compilar miles de relatos de encuentros con seres humanoides alrededor del mundo.
