Julio 26 de 2013, 10:47
Escribe.- Brian Montero
Cierto díadespués de una lluvia más o menos fuerte salí a la calle con un pretexto que no recuerdo, en la esquina el puesto de periódicos era solo una masa de papel mojado y metal, sentí pena por el hombre del cual no sabía su nombre, doblé la esquina y la calle donde queda la tortillería se había convertido en una Venecia en potencia, me llamó la atención que el señor de los tamales hubiera dejado su carro abandonado a la deriva, de seguro su romance con la lavandera había rendido sus frutos.
No resistí la tentación y lo acomodé en la postura perfecta para que siguiera su camino sin rumbo fijo, mientras lo veía perderse calle abajo sonreí con malicia, la lona de la ferretería tenía tanta agua que formaba una panza sobre la lona gris del frente, deje pasar la tentación para más tarde, una pelota con la cara de un payaso impresa, pasó junto a mi dando vueltas sobre el agua, giraba en intervalos dispares y se atoró en una coladera llena de basura, sentí tristeza por el niño que la perdió sin saber quién demonios podía ser el.
Me remangue los pantalones, me colgué los tenis al hombro y camine por la calle sin la menor preocupación por algún vidrio, hoyo o cualquier otra cosa que me pudiera lastimar, total ya era demasiado tarde para arrepentimientos, alguien tuvo la genial idea de dejar las ventanillas de su auto abiertas yo veía como los hilillos de agua salían por el empalme de las puertas y más divertido aun, era ver el seguro de las puertas abajo y la clásica bolsita de shampoo Vanart verde por aquello de las empañaduras de los vidrios sobre el tablero.
Pero más allá de toda esa mezcla de policromías húmedas, mientras usaba de chapoteadero la vía pública una feliz lata paso junto a mí, lo extraño era que avanzaba en perfecta vertical como si caminara impávida por el agua, supuse que los vapores del agua me habían llevado a un estado alterado de conciencia al menos esa era mi excusa. El tono un tanto sucio de la lluvia que corría, era el contraste perfecto del tono azul metálico de mi curiosa amiga, dude si debía seguirla y develar tan conspicua situación o bien quedarme con mi enjambre de dudas sobre porqué flotaba tan libremente, ¿será la capilaridad?, ¿la tensión superficial?, ¿una dimensión hidráulica intrínseca a los campos cinéticos del agua?.
Dentro de mi onirismo extrapolado y con poca prudencia de mi parte fui tras ella, veía sus giros y sus zigzagueos por la húmeda vía que en peregrinación post lluvia nos llevaría a sitios insospechados, pasaron algunos minutos y vi ciertos rostros de gente que maldecía mi mojado comportamiento. Sentía a veces las ráfagas venturosas que me helaban el cuerpo, sensaciones imperdonables y en conjuros perpetuos, la bocacalle se abría en una te de ángulos cerrados, ¿hacia donde iría ahora?, doblo a la izquierda, la seguí por un sendero angosto avanzamos unos 20 metros, ella jamás perdía su elegante vertical, indiferente e indolente al gran esfuerzo que hacía yo a unos centímetros de su talle cilíndrico.
Una inclinación la hizo aumentar de velocidad y apure el paso, escuché el sonido del agua chocar con más fuerza y me detuve un poco, resbalé hacia el rio, quizá pasaron unos segundos pero me pareció un lapso eterno el estar bajo ese líquido apestoso, asomé la cabeza, mis tenis habían desaparecido junto con el envase. Salí como pude hacia la rivera y me quedé unos momentos desconcertado, nadie vino a mi rescate; cual fue mi sorpresa cuando frente a mis ojos volvía a erguirse excelsa de nuevo con su hermoso tono azul, en un momento de furia tome algunas piedras y se las arroje con lo que según creía yo eran todas mis fuerzas, sólo para darme cuenta de que mis brazos comenzaban a ponerse del tono de mi compañera de juegos, lo intenté unas veces más y la vi alejarse, antes de perderla de vista se inclinó hacia mí y lo tome como una señal de reverencia.
Recogí mis pasos de regreso a casa ya ni siquiera me importo la lona gris de la ferretería, ni a donde se había ido el carro de tamales ni las miradas de la gente que veía en mí, un ser amorfo y morado, leí algunos libros sobre la física de los líquidos, trate de documentarme sobre casos insólitos como del que fui participe, pero nada, la ciencia jamás satisfizo mi curiosidad sobre el porqué había flotado la lata.