Por: Joaquín Quiroz
Los achicharramientos de la Inquisición en la hoy ciudad de México se llevaron a cabo en diversos lugares, en 1596 en la Plaza Mayor (el zócalo capitalino), con nueve chamuscados, en 1601 tres a la hoguera, en 1659 seis refritos, también la Plaza del Volador (predio donde hoy está el poder encargado de la moderna Inquisición, la suprema corte de justicia de la nación) en 1649, 13 fueron quemados vivos, otras hogueras para achicharrar personas se prendieron en el interior de la catedral, en la Iglesia de San Francisco y Santo Domingo, Plaza de Santiago, Plaza de San Hipólito, junto a la alameda. En la quema de personas de 1649 el espectáculo congregó a 16,000 personas. El día anterior a la chamuscada de los inculpados se organizaba una procesión para trasladar la cruz verde del santo oficio, desde el convento de los dominicos hasta el quemadero. Durante la procesión se escuchaba el lúgubre tañido de las campanas de los templos. El mero día los reos marchaban desde su celda hasta el punto en que arderían, así era la “procesión de la ignominia”. Los que arderían en las llamas se colocaban más alto para que fueran mejor vistos por la concurrencia. Se leía la sentencia señalando que serían quemados vivos, la gente gritaba, clamaba que se arrepintieran, otros los despreciaban y muchos aplaudían.
En el quemadero o brasero estaba prevenida la leña en forma de círculo que se alzaba hasta la altura del pecho de los condenados, el reo era sujetado de la cabeza con una argolla de hierro, para que al quemarse pudiera seguirse viendo. Una vez sujetado el que sería quemado, se encendía la hoguera y se le lanzaba haces de paja y leña, atizando el fuego hasta que el cadáver quedaba reducido a cenizas.
Entre gritos del reo y de la muchedumbre, la columna de humo se alzaba en el quemadero, crujía la leña y aullaba el quemado, tal vez antes de morir el reo moría asfixiado por el humo. La gente en el espectáculo gritaba, comentaba, bebía y el olor a carne quemada se esparcía por todo el área.
Una vez extinguido el fuego, los verdugos esparcían las cenizas del condenado para que no quedara resto material alguno del hereje. Y en la iglesia se colgaba el San Benito que describía la “infamia” del condenado para perpetuo recuerdo, su “culpa” marcaba a sus familiares hasta la segunda generación. Además de quitársele todas sus propiedades y bienes al inculpado, pues de esos bienes había que recuperar los gastos del quemadero, la leña, la prisión, las comidas y todo lo “brindado” por los inquisidores.
La hoguera se llevó a herejes por bigamia, religiosos matrimoniados, blasfemos y profanadores de imágenes, quienes practicaban hechicerías y supersticiones, sortilegios y adivinaciones, brujería y pactos con el demonio, rebautizantes, practicantes de astrología judiciaria, extracción y abuso de sagradas formas, proposiciones, sectas místicas, lectura y retención de libros prohibidos (todos, excepto la biblia), los masones, violación de prohibiciones, impedentes, agresiones a ministros del santo oficio, usurpación de funciones, desobediencia, escape de las cárceles o quebrantamiento de penas impuestas, hacer pública la ubicación de las cárceles secretas, falso testimonio, revelación del información del santo oficio. Hagamos cuentas, todo pecado de palabra, pensamiento, obra y omisión era castigado por la inquisición, ¿cuántos crímenes habrá realizado la “Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana” durante más de 500 años de la inquisición?, ¿cuándo pedirá perdón y se arrepentirá de los horrores realizados?
Fuente: Antonio M. García-Molina Riquelme. (2016). Las hogueras de la inquisición en México. UNAM. Instituto de Investigaciones Jurídicas.