Por Raúl Rosillo Garfias
Todos los discursos son hermosos; se cuida su estructura, se cuida su redacción y hasta los términos, para que quienes se dedican a escucharlos se queden prendados, no solo del discurso, sino también de quien los está diciendo. Hoy en día, no hay tan buenos oradores; se les ha olvidado la literatura universal, los clásicos, los clásicos populares, los dimes y diretes, los dichos, la filosofía popular, entre otros asuntos que enriquecían el arte de la palabra. Esto nos remite a frases como esta de Aristóteles, que decía: “el que va a ser un buen gobernante primero debe ser gobernado”. Luego vinieron los populistas, que se montaron en sus machos y señalaron que “con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”. Si a todo el pueblo le llaman 36 millones de los 130 que pueblan este país, entonces el pueblo le está quedando a deber al pueblo mismo y nunca a los gobernantes, porque su ausencia demuestra que no les llama la atención ni su programa de gobierno ni mucho menos su figura como gobernantes.
Cierto es que muchos de los análisis que se hacen, a la luz o a los cimientos de la historia, están en la memoria; algunas de estas memorias están escritas. El presente es lo que se vive en el momento, lo que se sufre o se goza, y el futuro es el deseo de cómo se quiere estar. Sin el pasado y sin vivir el presente, el futuro difícilmente cumplirá las expectativas que enmarcan y marcan los deseos de cada cual, desde el uso de la tribuna con argumentos de peso, con estudios claros, con asesores brillantes, con términos convincentes y con tonos de voz doctos. Hoy son gritos y descalificaciones, denuestos y hasta palabras malsonantes lo que se escucha en los congresos, tanto en la Cámara Baja federal como en la Cámara Alta, y desde luego lo mismo sucede en los congresos locales. Por situaciones como la que se vive actualmente en Querétaro, hay parálisis legislativa, que tiene que ver con los intereses y los juegos de poder.
Los políticos de antaño decían que no estudiaban para saber más, sino para ignorar menos; estaban listos para participar en el honroso trabajo de servir a los otros, y los otros somos los ciudadanos, los hombres de a pie, que entregamos en cada elección, mediante un papel que se llama voto, nuestra voluntad, para que tal o cual nos represente y defienda o proponga soluciones a las problemáticas que previamente se le han planteado. Si no es así, entonces ya se está traicionando la voluntad popular.