(Cuento)
Por.-Fernando Roque
Ricardo Méndez era un conocido sibarita, escritor en sus ratos libres, gran lector y cinéfilo empedernido. Además le gustaba coleccionar objetos bellos y artísticos, antigüedades de todo tipo. Su última adquisición fue una figurita de mármol, estatua imitación de una figurilla griega: Afrodita totalmente desnuda inclinándose a beber agua de una fuente. Una belleza en todas sus formas, perfecta. La calidad de esta estatuilla era sorprendente. Sus amigos la chuleaban cada que acudían a visitarlo, por lo que decidió colocarla en el pasillo por el que siempre circulaba de su recámara a la sala de visitas, de tal forma que empezó un perverso juego que era manosearla en el trasero o en los senos y decirle algún piropo mentalmente. Esto se tornó hábito, así que dos o tres veces al día lo llevaba a cabo aprovechando la indefensión de esta arcaica diosa del amor y la belleza. Al cabo de los meses ya la figurita denotaba cierto brillo en algunas partes por el manoseo constante de los dedos sobre el mármol. Hasta que un día, harta ya de ser cachondeada sin su consentimiento, la figurita de la diosa decidió vengarse. Esa noche, al abrigo del silencio y la oscuridad se bajó del pedestal y se dirigió al cuarto de Ricardo que siempre dormía con la puerta abierta por el calor, pues el cuarto no tenía ventanas; la estatua, la cual a pesar de su tamaño era pesada, llegó lentamente adentro de la habitación, vio un cordón del dosel que llegaba a pocos centímetros del suelo y con supremo esfuerzo subió hasta llegar a suficiente altura. Ricardo dormía plácidamente, ajeno a la furia de una diosa ancestral, la cual se situó sobre la cabeza del joven que en ese momento roncaba vuelta la cabeza hacia el techo y se dejó caer, al otro día la escena que encontró la sirvienta fue aterradora: la cabeza rota, sangre estampada en las paredes, la estatuilla había regresado a colocarse en el pedestal, pero no se dio cuenta que parte de la sangre de Ricardo se impregnó en su cuerpo de mármol, por lo que la policía y la prensa dedujeron que algún ladrón se había metido a robar y al despertar Ricardo y enfrentarlo había salido al pasillo por la estatua de Afrodita y la había descargado sobre la indefensa víctima; lo que no entendían es que tuviera el detalle de regresarla, ensangrentada, a su pedestal, por lo que decidieron tomarla como evidencia para detectar huellas digitales, pero cuando fueron por ella para guardarla con cuidado en una aséptica bolsa de plástico esta ya no estaba. Desapareció para buscar otro incauto que cayera bajo sus hechizos femeninos ocultos bajo la frialdad del mármol.