Por: Alma Moronatti
«Los indígenas hacían el amor con los extraterrestres. Hay grabados de nativas dando a luz a seres no humanos.»
El escritor, periodista e investigador J.J. Benítez nos deja nuevamente con la boca abierta con su obra La cara oculta de México, en la que asegura, a través del hallazgo de un tesoro, que la relación entre humanos y alienígenas fue duradera y fructífera.
Este libro relata el descubrimiento de yacimientos dispersos por el estado mexicano de Guanajuato, que contienen más de 60,000 piezas. Entre ellas se encuentran figuras de barro cocido, hachas y lajas grabadas que muestran imágenes inquietantes: dinosaurios desconocidos montados por humanos, criaturas bicéfalas, seres extraños con manos y pies palmeados y lenguas bífidas, extraterrestres y naves espaciales.
¿Cuál es la singularidad de estos objetos? ¿Qué representan?
Se estima que hay alrededor de 60,000 piezas, entre piedras grabadas, figuras de barro y otros objetos. Lo más llamativo de estas piezas es que representan figuras de seres no humanos y una serie de objetos no identificados, en particular naves, junto a habitantes indígenas.
Sin embargo, también aparecen figuras de dinosaurios, algo que resulta inexplicable. Este fenómeno no se ha visto nunca, salvo en un caso similar ocurrido en Ica (Perú), donde se encontraron piedras grabadas cuya procedencia también es desconocida. La primera vez que vi este tesoro mexicano, pensé que se trataba de una falsificación. Las piezas, hechas de mármol, cuarzo, fluorita, ónix y jade, presentan sirenas junto a seres de grandes cráneos y ojos almendrados, que claramente parecen extraterrestres, explica Benítez.
En otras lajas negras se observan naves en pleno vuelo, urnas en forma de ovni con tripulantes de enormes cabezas en su interior. Muchas de estas piezas tienen bellísimas incrustaciones de madreperla y un asombroso acabado espejo. También se encuentran espadas, lanzas y hachas, cuyos mangos están delicadamente grabados. Son piezas tan espectaculares y bien elaboradas que, al principio, pensé que eran modernas. Pero a medida que fui investigando y me confirmaron las dataciones, me di cuenta de que no era así. De hecho, algunas piedras tienen 8,000 años de antigüedad, otras 3,590 años, algunas datan del siglo III, y otras del siglo XV. Todo ello es auténtico.
La hipótesis a la que se llega es que esas piedras no son obra humana, sino de los mismos seres no humanos que se representan en ellas, depositadas en el estado de Michoacán a lo largo de la Historia.