Escribe:-Edilzar Castillo.-
Soy una de esas personas que llegó aquí, atraído por la ilusión de cambiar de aires, procedente de la CDMX hace veinte años. Reanudé mis labores profesionales en estos lugares donde tuve que adoptar nuevas costumbres, considero que he vivido en condiciones aceptables, inclusive estoy jubilado y he decidido seguir por estos rumbos en donde me siento adaptado y en armonía.
Me estoy refiriendo a una población queretana, esa que le dicen “tierra de palomas” quien tuvo y tiene un desarrollo industrial inusitado en un corto tiempo, lo cual originó que llegará población de varios lugares del mundo, lo cual vino a transformar los usos y costumbres de ese lugar, debido a esto se produjo una mezcla cultural con diferentes estilos de vida donde los nuevos habitantes se esfuerzan por convivir en paz.
Precisamente debido a mi edad avanzada adquirí un malestar para el cual es necesario que me sea aplicada una vacuna especial cada tercer día para paliar el dolor y recuperar la salud. Esa mañana de miércoles, estaba ahí, en ese gran hospital regional del IMSS, haciendo antesala para obtener la aplicación de la referida inoculación, sentado en la sala de espera junto a muchos pacientes que hacían lo mismo que yo, me llamó la atención un matrimonio relativamente joven, ella como de treinta años, el señor como unos cinco años mayor que ella, junto a ellos caminan dos niños, de ambos sexos.
La niña llevaba uno de sus brazos recogidos, supuse que le acaban de extraer sangre para análisis, -eso pensé-. Minutos después me enteré de la edad de la niña, tenía diez añitos, lo supe porque la madre se sentó justo a mi lado, entonces tuve el atrevimiento -o la indiscreción-, de preguntar a la joven señora de aspecto humilde, se me hizo muy extraño que a una niña tan joven le extrajeran sangre, a esa edad los niños son sanos -me dije-, porque además, la niña tenía ese aspecto, se veía sana, pregunté a la señora, ¿Por qué le extrajeron sangre a la niña?, ¿Qué enfermedad tiene? Ella contestó: “-es que sufre de desmayos-, y en la escuela el profesor ya la rechazó y nos advirtió que no se hace responsable de que ahí, le suceda algo grave a causa de los desmayos, por eso estamos aquí, buscando ayuda, para conseguir un papel o algo, para que la niña pueda regresar a la escuela y así no pierda el año escolar”.
Mientras eso sucedía, el otro niño, -de ocho años de edad- en el asiento contiguo a su madre, estaba de acompañante muy tranquilo, de repente, dijo a su mamá, me voy a desmayar, enseguida la señora lo tomó en sus brazos y el niño perdió el sentido y colapsó; enfrente de nosotros se ubica un consultorio, donde una enfermera practica electrocardiogramas, me paré súbitamente e interrumpí a dicha enfermera. Le dije, ese niño acaba de desmayarse, ¿Qué se puede hacer?, ella corrió junto a mí, vio al niño, enseguida se introdujo gritando, “¡Urgencia, urgencia!”, en la brevedad llegó un doctor quien se dirigió al padre y le dijo: “-Acompáñeme-, tomó al infante entre sus brazos y ambos se internaron hacia una zona que ellos llaman “urgencias” la enfermera los siguió con un aparato portátil para tomar electrocardiogramas, la madre del pequeño se quedó junto a mí con la niña, que precisamente esperaba la toma de un electro, entonces volví a platicar con ella, fue cuando me dijo que dichos desmayos también los padecía ella misma, que además tenía un hijo de doce años quien fue expulsado de la escuela primaria porque también sufre el referido padecimiento, me contó que viven en una comunidad cercana a un pueblo llamado Zimapán, Hidalgo, y que ahí, los alimentos son escasos, que viven en el olvido de la llamada “civilización”. Me comentó que a ella le encontraron gusanos en el cerebro y que lo más seguro es que eso también los niños lo padecieran, le pregunté si comían carne de cerdo, contestó que sí, que eso seguido lo comían, ellos lo matan en casa y lo cocinan. Cinco minutos después, vino un enfermero con la idea de llevarse a la niña (que por cierto se llama Inés) y por la madre, toda la familia fue internada, y no supe más de ellos. Sólo me quedé reflexionando y me dije para mí: “Esto es México, ese México que pervive en una simbiosis de industrialización y miseria, donde existen dos corrientes de pensamiento, la que ignora los problemas y la que lucha diariamente por sobrevivir”.
Ese México de los gobiernos opulentos de corrupción y de despilfarros de su séquito, mientras el grueso de su población sufre la marginación, en donde padecen solos ese abandono e indiferencia de los dizque civilizados.
Se quedó impreso en mi mente o en mi conciencia esa imagen que solo tenía la esencia del ser humano, que refleja en su mirada esa falta de oportunidades que no sé por qué, Diosito aún por esos espacios no ha repartido.
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