Por: Margarita Sánchez
Hoy en día, a muchos padres de familia les preocupa el cómo la exposición a la tecnología podría afectar a los niños pequeños desde el punto de vista de su desarrollo.
Se sabe que los niños en edad de preescolar están adquiriendo nuevas habilidades sociales y cognitivas a un ritmo impresionante, y los padres no quieren que horas pegados a un dispositivo electrónico les impida esto.
Sin embargo, la adolescencia es un período igualmente importante y de rápido desarrollo, y muy pocos adultos prestan atención a cómo el uso de la tecnología de los jóvenes es mucho más intenso e íntimo que el de un niño de 3 años que juega con el teléfono de su papá y los está afectando.
En una encuesta realizada a jóvenes de entre 14 y 24 años de edad, se preguntó, de qué manera las plataformas de las redes sociales tenían un impacto en su salud y bienestar. Los resultados de la encuesta encontraron que Snapchat, Facebook, Twitter e Instagram aumentaban los sentimientos de depresión, ansiedad, mala imagen corporal y soledad.
Hoy en día, los adolescentes son expertos en mantenerse ocupados por horas en sus celulares, aun estando realizando sus actividades del diario, como la escuela o al realizar tareas, permanecen en línea, enviando mensajes, compartiendo cosas, trolleando y mucho más.
Sin embargo, antes de que todos tuvieran acceso a las cuentas sociales e incluso a los celulares y al internet, en muchos casos sin supervisión de los padres, se mantenían ocupados realizando llamadas, socializando en persona, organizando reuniones que, aunque para muchos podrían no tener sentido, lo que hacían era experimentar, probar habilidades, tener éxito o fracaso en pequeñas interacciones en tiempo real, que los niños actuales están perdiendo.
No hay duda de que los niños están perdiendo habilidades sociales muy importantes. De alguna manera, enviar mensajes de texto y comunicarse en línea no es que provoque una discapacidad del aprendizaje no verbal, pero sí coloca a todos en un contexto de discapacidad no verbal, donde el lenguaje corporal, la expresión facial e incluso los tipos más pequeños de reacciones verbales se vuelven invisibles