Por: Joaquín Antonio Quiroz Carranza
La inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo tienen la creencia manifiesta de que hospitales, clínicas, médicos, enfermeros, pastillas, cápsulas, jarabes, inyecciones, cirugías, farmacias y demás partes constitutivas del monopolio médico-farmacéutico son sinónimo de salud, en el lenguaje político se denomina Sector Salud, como sí todo ello fuera garante de que la gente estuviera sana, cuando en realidad debería llamarse Sector Enfermedad, pues eso es lo que atiende: enfermos.
También la mayoría de los ciudadanos considera que la salud es sinónimo de que no hay dolor, inflamación, abultamientos, manchas o cualquier otra irregularidad orgánica. En realidad ambas creencias son totalmente falsas. La propia Organización Mundial de la Salud, cuyo nombre debería ser Organización Mundial para la atención de la Enfermedad (OME) reconoció desde su fundación que “la salud no es ausencia de enfermedad sino el equilibrio armónico entre lo social, lo económico, lo físico y lo mental”.
Así pues la enfermedad, cuyo origen etimológico viene de “infermis” que significa “sin firmeza” implica que toda persona que no se encuentra firme o segura estará enferma: ¿quién no está seguro? Las personas que no tienen el pan nuestro de cada día, una vivienda digna y con servicios, una forma adecuada de construir conocimiento, una forma de eliminar dolencias y afecciones, una forma de recrearse, divertirse, de conocer diversas regiones y de ser feliz. Por lo tanto enfermedad es el antónimo de felicidad.
Los gobiernos, unos hipócritas y otros sinceros, proclaman el derecho humano y constitucional de acceso a la salud, pero ninguno reconoce que las causas de la enfermedad es decir de inseguridad económica, social, mental, emocional son creadas por los propios sistemas sociales: escolarización que destruye la creatividad y uniforma mentes, cuerpos y comportamientos, estructuras que forman asalariados no seres humanos libres, sociedad de la información donde los seres humanos ya olvidaron cómo se cultiva la tierra, como se elabora una tortilla, un pan, como se cría un animal doméstico, sociedad de consumo, donde lo que importa son los bienes materiales y no los afectos.
Pero lo más trágico no son los gobiernos de derecha o de izquierda, ni las organizaciones internacionales, sino el individuo que, incapaz, inseguro, lleno de pavor, ignorante, cede a los monopolios farmacéuticos y al mal llamado sector salud la responsabilidad de hacerlo funcional al sistema, mientras él se atiborra de refrescos embotellados, harinas industrializadas, tabaco, alcohol, grasas, sal, azúcar, circula dispersando basura, destruyendo la vegetación, lastimando animales, violentando al prójimo, gritando eufórico el nombre de su equipo preferido de futbol o partido político, creyendo que Dios, el gobierno o el monopolio médico-farmacéutico le devolverán lo que el individuo considera es salud, tarea por cierto imposible pues la salud no depende de estas instancias, sino como afirmó Ernesto Ché Guevara, es el resultado del esfuerzo de toda la colectividad.