(2 de octubre de 1968)
Escribe.-Edilzar S. Castillo González.- [email protected]
Cursaba el primer año de Voca, (en la Vocacional No. 5 dependiente del Instituto Politécnico Nacional) esa que se ubica ahí en la ciudadela de la hoy CDMX, a la corta edad de 17 años, debido a mi condición de pobreza, trabajaba de auxiliar en un despacho contable para pagar los $ 50.00 mensuales que había que aportar a la “Casa del estudiante Chiapaneco” donde vivíamos aproximadamente cien estudiantes, todos del mismo origen, quienes cursaban estudios de nivel medio superior y superior, de diversas carreras, casi todos estábamos distribuidos entre el Poli y la UNAM.
Esa tarde, llegué temprano a la casa, en vista de que mi escuela estaba en Huelga, la casa estaba semivacía, muchos aun no llegaban de su trabajo, otros quizá estaban de guardia en su escuela, varios se hallaban de brigada, muchos se habían ido al mitin estudiantil que esa tarde se celebraría en Tlatelolco en la plaza de las tres culturas, donde convergen unas ruinas prehispánicas, una iglesia colonial y los modernos edificios de la unidad habitacional Tlatelolco. Entré a mi recámara, donde convivía con otros cuatro compañeros, Felipe López, Hugo Trejo, Romeo Adrián Velázquez, Alberto Ramos Molina, y quien esto escribe, recuerdo que dormíamos en literas “hechizas”, pues un alumno de ingeniería de ahí de la casa, llamado Diego Dillman, apilaba dos camas de esas de hospital de la SSA, así, se ahorraba espacio, los cuartos eran muy pequeños, de esta manera cabían hasta ocho personas. Como dije, no estaba ningún compañero, cuando bajó del segundo nivel un muchacho joven, quien estudiaba su secundaria, Gerardo Escandón, ambos sabíamos del mitin, ambos queríamos acudir, pero curiosamente, cuando salimos a la avenida San Cosme, (olvidaba decir que nuestra casa se ubicaba en la calle Amado Nervo, entre las calles de Avellano y Fresno, de la colonia Santa María la Ribera) no encontramos ningún transporte que nos llevara, algo raro, decidimos irnos caminando, aún eran como las tres de la tarde, llegamos a la plaza del mitin como a las cinco, la plaza ya estaba casi llena, buscamos el mejor acomodo, para escuchar a los oradores, nos sentamos muy cercanos al templo, del lado poniente, estuvimos un rato viendo como se llenaba aquello, vimos el templete, de los oradores. De repente, volteamos hacia el norte, por ahí por donde se ubicaba la Vocacional No. 7 se descolgaron unas luces de colores, verdes, con amarillo y azul, e inmediatamente se empezaron a escuchar balazos, ahora me atrevo a decir que eran disparos de bajo calibre, estábamos espantados, nos pusimos de pie, como disponiéndonos a correr, cuando empezamos a oír, llantos y quejidos muy fuertes y lastimeros, se escuchó decir, nos están disparando, de allá arriba, ahí donde están los del Consejo, al incrementar los disparos y los heridos en la explanada, de la misma, hacia el edificio los soldados del ejército, empezaron como a contestar el fuego, de tal suerte que nos apanicamos, junto con mi compañero Escandón, corrimos hacia la orilla poniente de la plaza, por atrás del templo, pero no pudimos escapar, había un cerco de soldados, que nos dijeron, no corran, tírense al suelo si no quieren morir. Así estuvimos por espacio de cuatro horas, inmóviles, en el piso, solo escuchando, llantos y quejidos, muchos, por todos lados. Como a media noche, los soldados, empezaron a ordenar, levántense y caminen rumbo al atrio de la iglesia, ahí nos formaron, nos quitaron los cinturones y las agujetas de los zapatos, nos llevaron en fila rumbo a unos camiones de redilas que estaban cerca y empezaron a caminar, no sabíamos el rumbo, en dicho camión seriamos aproximadamente unas cincuenta personas, nos cuestionábamos ¿hacia dónde nos llevaran? Varios decían, -hacia el campo Marte, ahí los están llevando para desaparecerlos- el camión era cerrado, no podíamos ver, sólo tenía una pequeñas rendijas, por donde aventábamos unos pequeños papeles que contenían nuestro nombre y número telefónico. Todo esto ocurrió por la madrugada, como a las cinco llegamos un estacionamiento, de ahí nos bajaron, pude darme cuenta que eran varios camiones, eran muchas personas, en fila india, fuimos entrando a un edificio, nuevo, en el cual había una cancha deportiva, de basquetbol, ahí estuvimos parados, por espacio de dos horas, cuando por fin se paro frente a nosotros un señor militar, muy mal hablado, y nos dijo, más o menos lo siguiente: “No sé por qué carajos están ustedes aquí, no los esperaba, no tengo donde alojarlos y tampoco tenemos alimentos para darles, están ustedes en la prisión de “Santa Martha Acatitla” Por lo pronto se alojarán en una celdas nuevas que aún no están terminadas, así nos fueron llevando por grupos de diez personas, nos introdujeron a una celda que solo tenía tres espacios individuales de cemento empotrados en la pared, esas eran las camas, ahí nos alojaron, más bien nos apilaron. Así estuvimos todo ese día. Como a las cinco de la tarde se aparecieron dos presos, de los que ellos llaman “internos” ellos llevaban consigo unos costales de pan bolillo, se pararon frente a nuestra celda y dijeron “Cuantos son aquí” diez contestamos, entonces nos tiraron a través de la reja, diez bolillos, eso fue todo lo que comimos ese día, 3 de octubre. Para dormir nos acomodamos unos en las planchas de cemento y los demás en el piso, lo que si estaba incomodo era el sanitario, pues no se daba abasto un solo servicio. A las once de la mañana del siguiente día, nos sacaron a un patio grande, ahí todos revueltos, nos empezamos presentar, yo soy de la UNAM, yo del Poli, yo estudio medicina, yo Comercio, etc. Llegamos a saber también, que dicho reclusorio se encontraba preso el ingeniero Heberto Castillo, quien por cierto, intercedió, para que a nosotros, no nos revolvieran con los presos internos de dicho reclusorio, un gran logro por cierto.
Así, estuvimos internos por un buen tiempo, dos meses, la estancia ahí fue larga, debido a que no tenían suficiente personal administrativo, para que nos investigaran uno por uno, en mi caso, y el de mi compañero Escandón, no teníamos antecedentes penales, por eso, no había delito, nos interrogaron extensamente, después checaban dicha información, posteriormente un segundo interrogatorio y así los iban liberando, solo que el proceso era muy lento, a mí me tocó el primer interrogatorio un mes después de haber ingresado y el segundo 25 días después.
Ahí nos tocó escuchar las famosas olimpiadas que en la ciudad brillaban de júbilo encubiertos de sangre. Ahí aprendí o más bien llegué a cuestionar de qué estarían hechas las entrañas del genocida Díaz Ordaz, para planear y ordenar esa masacre ocurrida el 2 de octubre de 1968. Ese batallón “Olimpia” extraído de “Guardias
presidenciales, entrenado exclusivamente para exterminar estudiantes, cuya consigna principal era acabar con el Consejo Nacional de Huelga, pero que ese día, esa tarde, se salieron de control y dispararon también contra sus propios compañeros del ejército que estaban en la explanada.
Hoy a la distancia, a 50 años de reflexión aun no comprendo esa atribulada manera de razonar de un mexicano, para asesinar a mexicanos desarmados, solo por altísimos intereses o más bien compromisos adquiridos con el imperialismo Yanqui para celebrar unos juegos olímpicos, para gritar al mundo que éramos un país diferente, un país sumiso a los intereses del capitalismo. Hoy a la distancia, estas y muchas cosas más pueblan mis recuerdos, considero que el sacrificio de tantos compañeros sembró la semilla en la conciencia de muchos que seguimos íntegros para generar en nuestra patria la soñada: “Cuarta transformación” ojalá que así sea.