Escribe:-Edilzar Castillo
Sucedió en el cálido mes de marzo, me encontraba en la biblioteca de la universidad, absorto en la lectura, de pronto fui interrumpido por un par de personas adultas, quienes por su apariencia, deduje que no eran estudiantes, me preguntaron, ¿sabe usted dónde queda el departamento agrario? Les dije, aquí no está lo que buscan, sin embargo trataré de orientarlos para encontrarlo, pregunté ¿de dónde vienen? el más joven dijo, venimos desde la Huasteca, allá donde junto a muchos compañeros, llevamos mucho tiempo, más de diez años, luchando por recuperar de los caciques, nuestras tierras para cultivar. Aquí venimos para contarles a ustedes nuestra situación.
Se me hizo un nudo en la garganta, no encontraba palabras para decirles que ya los había comprendido y que estaba consciente de su realidad.
En ese lugar se encontraban también otros compañeros, entonces hicimos una cooperación, la cual pusimos en una cajita y se la dimos.
Después de darnos las gracias volvieron a preguntar, ¿y dónde queda el departamento agrario? Queda como a veinte minutos de aquí, pero si toman el autobús urbano, él los llevará, inclusive les dijimos donde abordarlo, ellos dijeron, y a pie, cuanto se hace, nos dimos cuenta que no tenían dinero, ¿Por qué no toman de la cajita? No, ni un centavo, este dinero es para llevarles un poco de alimentos a nuestras familias. En sus miradas pude observar ese signo de honradez, poco frecuente en nuestros días. Les dimos también para sus pasajes, sólo eso pudimos darles, la palabra no, porque también nosotros la tenemos limitada.
Al ver que se retiraban, me invadió la angustia y un llanto que deletreaba un deseo, algún día estarán en un lugar viviendo felices, aunque no tengan permiso.