Por Karla Rosillo
Entre agua y áreas naturales protegidas nos hemos visto envueltos estas semanas. Para nadie es un secreto que el mundo atraviesa una crisis hídrica sin precedentes —esta sí que es histórica— y si volteamos a nuestro macroentorno, Querétaro ocupa el sexto lugar a nivel nacional en estrés hídrico.
Las causas son evidentes: contaminación (que sí tenemos), sobreexplotación de los mantos acuíferos (que sí se realiza en Querétaro), urbanización acelerada y el acaparamiento de zonas industriales, que se intensificó con la campaña “Querétaro, Orgullo de México”. Desde entonces, ya se hablaba del crecimiento urbano descontrolado en la capital, El Marqués, Corregidora y San Juan del Río, áreas que más adelante bautizaron como la zona metropolitana.
Este crecimiento desmedido, los cambios de uso de suelo, los permisos para construir unidades habitacionales verticales y la constante invitación a empresas extranjeras para invertir, no son solo señales de un supuesto progreso: son el inicio de una crisis ambiental anunciada. Una crisis conocida por los políticos, que —seamos sinceros— poco se preocupan por invadir áreas naturales si eso les genera dividendos. Mientras no haya crisis en sus cuentas bancarias, «todo está bien».
La reciente declaratoria del parque privado La Beata como área natural protegida es, cuando menos, cuestionable. Si se trata de un parque privado, y fueron los mismos dueños de la Caja Gonzalo Vega quienes solicitaron la protección voluntariamente, ¿qué sentido real tiene esta acción? Los verdaderos retos están en proteger espacios que han sido “accidentalmente” incendiados y que hoy están heridos: su flora y fauna devastadas.
Por otra parte, hablemos de las inversiones. Sí, la inversión es necesaria para elevar los servicios, la plusvalía y, por supuesto, la calidad económica de una zona. Pero si Querétaro vive un crecimiento poblacional acelerado gracias a la llegada de empresas extranjeras, ¿por qué no se les hace partícipes del mejoramiento de la calidad del aire y del agua que también consumen y deterioran?
¿Por qué no exigirles la construcción de plantas tratadoras de agua? ¿Por qué no incrementar el inventario arbóreo de la ciudad con árboles endémicos, más allá de los que siembran como decoración en sus estacionamientos?
Estas empresas, que sí generan empleo, también consumen grandes cantidades de agua y energía, muchas veces sin ningún sentido de responsabilidad social. Algunas incluso hacen sus descargas con descaro y sin control.
Pensando en todo esto… Entre el diablo y la política, ¿usted a quién le va?