Joaquín Antonio Quiroz Carranza
La palabra trabajo significa: en inglés, “esfuerzo físico”; en italiano, “cansancio”; originalmente deriva del latín “trepaliare”, expresión que hace referencia a torturar con un tripalium (tres palos cruzados sobre el que se ataba a la persona y se le asaba a fuego lento o se le destripaba lentamente para aumentar su sufrimiento). Por su parte trabajo en su acepción desde la física se define como la fuerza que se aplica sobre un objeto para desplazarse de un punto a otro. En economía se hace referencia al tiempo en horas que dedican las personas a producir bienes o servicios. Es el esfuerzo humano como mercancía puesto a producir otras mercancías (productos y servicios).
Biológicamente el trabajo es un esfuerzo, esto significa consumo de energía humana y desgaste de órganos y tejidos. En el reino animal existe la ley del costo-beneficio energético, sí un esfuerzo da como resultado más desgaste o entropía, es deficiente o negativo, si por el contrario se obtiene más energía que la invertida, es un esfuerzo positivo.
El trabajo, como esfuerzo asalariado, representa una relación negativa entre el costo y el beneficio, es decir el desgaste físico y emocional es mayor que los beneficios que se obtienen, por ello los trabajadores en su totalidad conforme se desgastan acumulan padecimientos y enfermedades. El desgaste físico y emocional generado por las formas opresivas de trabajar han provocado que se desarrolle una industria denominada de “atención a la salud” eufemismo que significa atención de la enfermedad, el desgaste, la morbilidad y la mortalidad derivadas de la opresión y la explotación.
Aunado al desgaste físico y emocional generado por el trabajo asalariado, la sociedad de consumo incita a los trabajadores a gastar su sueldo o salario sobre todo en objetos inútiles, cacharros de vida corta, posteriormente los trabajadores deberán gastar sus ahorros en servicios de “atención a la salud” para intentar recuperar sus condiciones físicas y mentales afectadas por 30 o 40 años de trabajar, y finalmente morir sin haber vivido, como afirma Erich Fromm.
Sobre la tumba de cualquier trabajador asalariado podríamos escribir el siguiente epitafio “Aquí yace fulanito, quien gastó su salud intentando acumular dinero y en la senectud gastó su dinero intentando recuperar salud, aquí yace fulanito sin dinero y sin salud”.
Imaginemos por un momento y hagamos una pregunta ¿qué actividades me hacen feliz? Y supongamos que a través de ellas genero bienes o servicios y mediante intercambio, trueque o cambalache obtengo otros bienes, servicios y relaciones que satisfacen mis necesidades materiales y espirituales, por ejemplo hay personas que les gusta tejer, se reúnen, charlan, intercambian ideas, información, recuerdos, bromean, ríen, estrechan vínculos y generan bienes, mismos que comparten con otras personas que les fascina la producción agropecuaria, la peletería, la elaboración de alimentos o cualquier otra actividad humana. Esta reflexión me lleva a pensar que sí hago lo que me gusta y mediante esta actividad me vinculo y divierto con otros, y puedo intercambiar mis productos con otros productores felices, simple y llanamente no tengo que trabajar y en consecuencia mi desgaste será menor puesto que al estar feliz, tener entusiasmo, afectos, aceptación social, bienestar, diversión y motivación, el organismo producirá dopaminas que estimulan mis sensaciones de placer y relajación, oxitocinas que modulan mis comportamientos sociales, sentimentales y los patrones sexuales, serotoninas que disminuyen estados depresivos y endorfinas que eliminan el dolor y dan sensación de bienestar.
El trabajo, bajo la concepción ideológica hegemónica que promueve la avaricia y la acumulación irracional de bienes materiales y cacharros de vida corta, enferma y mata. Por otra parte la producción de bienes y servicios bajo una concepción que nos haga feliz, sin prisas, sin traslados a grandes distancias, asumiendo aquella premisa del Nazareno quien señaló la necesidad de no acumular tesoros en la tierra, sino en el corazón, o la de Francisco de Asís quien afirmaba aquello de que “necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco”, simplemente nos permitirá vivir más sanos y morir felices.