Por Arturo Maximiliano García
En un mes, el gobierno mexicano ha lidiado con dos intentos de Donald Trump de imponer un arancel general de 25% a los productos mexicanos, mismos que todos los días llegan a su mercado, el más grande y natural, para ser consumidos por los norteamericanos. En el ámbito comercial y económico, la situación sigue siendo hoy de incertidumbre, una amenaza permanente que no se retira, sino que simplemente se prorroga, que si bien va perdiendo credibilidad, sí tiene un impacto negativo con respecto a las inversiones extranjeras en nuestro país.
Ante esta situación tan compleja, parece incluso llegar a olvidarse que México, Estados Unidos y Canadá, cuentan con un tratado comercial vigente, firmado en su momento por los presidentes de los tres países y ratificado por sus respectivos congresos, pero aun así, Trump ha aniquilado el tratado, sus cláusulas, sus procedimientos, ya ni que decir de las ventajas mutuas, convirtiéndose en un “acuerdo” donde una sola parte pone las condiciones en las que se seguirá dando el intercambio de mercancías.
Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos empezará a perder credibilidad cada mes que pasa sin que impongan los aranceles con los que nos han fintado. La realidad es que Trump no los puede poner, aunque quisiera hacerlo, ya que son demasiados sectores internos los que le exigen o piden recapacitar, acerca de la imposición de estos impuestos de entrada a los productos mexicanos, toda vez que sus consumidores en lo local se verían afectados, los precios se elevarían en un escenario donde la inflación ha bajado gradualmente, pero que aún muestra ciertas sobresaltos, como enero pasado con incrementos en rentas de casa habitación, el huevo, la gasolina y otros.
Al no ceder la inflación, la FED, el banco central de Estados Unidos, no puede tomar la decisión de bajar a su vez la tasa de interés, que sigue estando por encima de los niveles pre pandemia y que hace muy caro la compra de bienes duraderos con financiamiento, entre ellos las casas y los coches, lo que frena la economía al limitar la capacidad de gasto, principal motor del Producto Interno Bruto.
Mientras tanto, la política migratoria tiene a los indocumentados escondidos en sus casas, muchos, ante el riesgo, sin presentarse a trabajar en sus labores en el sector de cuidados personales, restaurantes, hoteles, construcción, jardinería, limpieza y tantos otros, lo que hará más caro la operación de los negocios en Estados Unidos y de nuevo perjudicará sus ganancias y productividad.
Estos factores, han detenido a Trump, el impacto local en su país no en el nuestro, por lo que mide sus consecuencias, dice y se desdice de un momento a otro, sin consecuencia política, pero claro de dos cosas, que su mayoría en la cámara baja es marginal y que habrá elecciones en 2026. Donde se renueva por completo, al igual que una tercera parte del Senado. Un efecto inflacionario aunado a un freno autoimpuesto a su crecimiento económico sería oxígeno para un partido demócrata que no encuentra de dónde colgarse para fortalecerse como oposición. Trump ha hablado de un tercer periodo, que su Constitución hoy no le permite, pero también se habla de la posibilidad de ser candidato a Vicepresidente y de ahí volver a ocupar la presidencia, al estilo Putin, dándole vuelta a la constitución, o que sea Donald Trump Jr. su sucesor, dinastías que en Estados Unidos no sólo no están prohibidas sino que hay muchos casos a lo largo de su historia. Cualquiera de estas alternativas se complicaría si la primera expectativa generada por Trump, Hacer a América Grande Otra Vez (MAGA), resultara en lo contrario, una caída en la capacidad de compra de sus gobernados y de crecimiento económico de su país. El tiro en el pie, se le ha llamado y el Presidente Trump duda sobre si podrá aguantar el dolor que le daría el jalar el gatillo arancelario.