Prefiero estar encadenado a esta roca, antes
que ser siervo obediente de los dioses
Prometeo
Joaquín Antonio Quiroz Carranza
La historia de la humanidad ha sido una constante lucha entre la obediencia ciega hacia reyes, sacerdotes, señores feudales, esclavistas, capitalistas, la familia o los maestros y en contraparte está la desobediencia, es decir la rebeldía. Los sistemas hegemónicos han insistido “que la obediencia es una virtud y la desobediencia un vicio”.
La necesidad de ser obediente nace del miedo, de la incertidumbre, del temor a lo ignorado, a perder lo logrado sean estos tesoros, prestigio, seguridad, comodidad, pero a fin al cabo, miedo. A pesar de sus reflexiones psicoanalíticas Erich Fromm no duda en la necesidad de un balance entre obedecer y desobedecer, en realidad es una paradoja, pues obedecer invariablemente lleva a la alienación, la creencia, la fe que no cuestiona, a no pensar críticamente, lo que conduce a un pensamiento único, burocrático; por su parte la desobediencia lleva a la crítica y a un pensamiento diverso, que se enriquece constantemente de lo local, lo regional y lo global en lo geográfico e histórico, lleva a las revoluciones sociales violentas o pacíficas.
Desobedecer no significa no hacer caso, significa estudiar y comprender la realidad histórica, social, económica y emocional de una época determinada, cuestionar y proponer rutas diferentes, si eso fuera necesario. Toda ley, sea esta considerada divina o humana, todo reglamento, norma, costumbre o tradición, son conclusiones paradigmáticas a las cuales se ha llegado con base en diferentes experiencias, observaciones, diálogos o conflictos, su instauración no significa de ningún modo que sean correctas, y lo adecuado es someterlas a la crítica y a la confrontación constante con las nuevas realidades y cambiarlas sí esto es necesario, las veces que así sea considerado, pues la realidad es cambiante y evoluciona, por ello la obediencia es conservadora mientras que la desobediencia es revolucionaria, transformadora.
Como bien se narra en el Génesis, Adán y Eva pudieron reconocerse como diferentes y entender la existencia de algo más allá del Jardín del Edén, gracias a la desobediencia, por lo que recibieron un desmedido castigo. Así mismo, por ser desobediente Prometeo, en la mitología Griega, robo el fuego a los dioses y se los obsequió a los humanos, castigado por toda la eternidad dice: “Prefiero estar encadenado a esta roca, antes que ser siervo obediente de los dioses”.
Los sistemas hegemónicos han emulado entre sí para mostrar el castigo más severo contra todo tipo de desobediencia, la Iglesia Católica con el “santo” oficio y la “santa” inquisición, los conquistadores como Hernán Cortés, Gengis Kan, con las masacres, el nazifascismo alemán con los campos de concentración, las dictaduras militares de América latina, África, Asia y el sudeste asiático con toda clase de crueldades. Pero en contraparte los rebeldes, desobedientes empedernidos, no han cejado en su empeño de poner en jaque mate las ideas y modelos hegemónicos retrógradas, obedientes de los intereses económicos de los menos, de las minorías rapaces.