Dedicado a mi amigo peregrino, Pedro III.
Escribe.-Edilzar Castillo
El señor de la guitarra, deambula en la savia del universo, en sus manos anidan las fantasías musicales, se alumbra con sangre y con nada, en silenciosas aguas deposita su veneno, entonces, entra a la cantina con su cortejo de horas muertas. Afuera en el atrio de la iglesia, otro señor, el señor del olvido recibe una moneda, falsa, con ella entra a la cantina, también él está muerto, se pierde en el humo de los cigarrillos junto con los otros personajes delirantes amarrados al terror de cada día. Todos se sientan en el piso del bar, el señor de la guitarra canta, bebe con ellos, se convierte en fantasma.
Estas almas no se imaginan, son un enigma, como una corriente en movimiento, el señor del olvido cae en la más alta noche, en un cáliz de ámbar, donde florece su insomnio, el señor de la guitarra bebe un extraño brebaje y comparte la oscuridad que siempre habita, después, se pierde.
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