Escribe.-Edilzar Castillo
En aquella casa de paredes de adobe, de frágiles tejas en el techo, con sus muros encalados, amanece tendido en un petate, aquel humilde tejedor de palma, cuyos productos artesanales, no ha podido vender últimamente. En el ambiente se esparce un olor a flores, sin embargo, estas flores parecen de muerto, quizá porque crecieron en las fauces del olvido.
Despierta, sacude la somnolencia del petate, se levanta confundido por las radiaciones del sueño, escupe fragmentos de otra realidad, embriagado de frio, abandono y tristeza los cuales perviven embarrados en esos muros de polvo.
Sin embargo, la casa parece que se queja en sus ruidos, mientras afuera una tenue llovizna humedece el hambre, en medio de la salita hay una mesa de tablas de pino, sobre de ella, un plato de peltre azul, despostillado, en el nublado plato, reposan restos de comida, sazonada con trozos de indiferencia, eso y solo eso, son los recuerdos que pueblan su memoria.
A pesar de ser una casa pequeña, aún hay espacio para separar al hombre de su sombra, él sólo mira las migajas. De pronto oye un ruido, parecen pisadas descalzas sobre el piso de tierra.
Triste rumor rompe aquel silencio en su cerebro vacío de vida, ¿Quién llega? ¿Será acaso la muerte?