Por: Fernando Roque
La noche estrellada cubría el campo como una capa tachonada de luciérnagas; la luna llena brillaba en todo su esplendor, mientras en el lago sereno se bañaba su reflejo. Un olor a “huele de noche “ vestía el paisaje. La pequeña choza brillaba como un diamante perdido en la montaña. Adentro una madre arrullaba a su hijo y lo entretenía con una canción triste, la paz de la habitación invitaba a meditar, afuera sólo los grillos rompían el silencio. De repente un grito perforó la noche. La madre se hizo a un lado al ver como su hijo se transformaba: el rostro se le cubrió de vello y le salieron gruesos colmillos mientras sus uñas se alargaban como garras . . .el niño lobo saltó de su cama y rompiendo la ventana se escapó mientras un largo aullido lo llamaba al interior del bosque . . .Sólo entonces recordó la madre: doña Caperuza Roja, las aventuras que había tenido con el Lobo Feroz.