(Parte II)
Escribe.- Alejandro Núñez González
¡Lucrecia! Exclamó el doctor haz los arreglos, y por último profesor, reciba este cheque por 15,000 pesos para los gastos del viaje, solamente un académico con una evaluación de excelencia durante ocho años consecutivos puede ser merecedor de esta distinción, además de que ya tiene otro motivo adicional para acudir al banco, permítame darle un abrazo y desearle a usted y a su hermosa familia la mejor navidad y el mas bendecido inicio de año que hayan tenido en mucho tiempo.
Javier le agradeció conmovido casi hasta el sollozo y abandonó el plantel caminando calle abajo hacía la avenida principal en la salida a la autopista, no sentía el ánimo para conversar con los alumnos preguntones en el taxivan, nunca investigaban en clase y ahora van a querer saber de que tratará el examen a título de suficiencia, atrajo su atención el fuerte destello del sol, lo saco de un ambiente lleno de bochorno y trato de verlo de frente pero el brillo era tal que ofendía a sus ojos y agredía su vista.
Una vez en la avenida pudo comprobar que ya no había transporte disponible al centro de la ciudad ese viernes, tuvo que caminar hasta el entronque con la salida a Amealco hacía plaza Galerías donde tomaría un taxi.
No le molestaba caminar ya que cada día lo hacía al sacar a su mascota a realizar su paseo matinal, y el animal requería una caminata mayor a una hora, y en ese momento, al acercarse a abordar el servicio de taxi algo lo detuvo, sintió un vértigo que por poco lo hacía desequilibrar y caer, solo atinó a recargarse cerca del arco en el bajo puente de piedra junto a los matorrales, intentó restablecerse a la sombra de los arbustos respirando profusamente, entendía que el pulso y el ritmo cardiaco los tenía alterados, sentía una sed que nunca había tenido, en su malestar se asombraba de haber caído desmayado al instante.
Busco en sus bolsillos y encontró un puñado de monedas entregándoselas al vendedor de helados pidiéndole uno de limón regresando a su refugio sin esperar su cambio.
Una vez ahí lamió el vaso con una extraña actitud que asemejaba a un perro bebiendo agua, disfrutaba cada lengüetazo que daba al helado sin percatarse que tiró la cuchara de plástico y parte del producto embadurnándose las manos sin el menor recato, al finalizar, tiró todo lo sobrante esparciéndose por doquier, volteando a ver hacía todos lados fijando su vista en el centro comercial se asombró que el edificio de Liverpool se movía como si fuera derretir y cambiaba de colores constantemente como si hubiera ingerido alguna droga alucinógena.
El sol en su rostro y en su pecho lo empezó a desesperar, sentía una sed cada vez más intensa, trataba de comprender si era la manifestación de algún tipo de diabetes o mal parecido, se llevaba las manos a los ojos tratando de protegerse del ataque del sol, se los tallaba y rascaba revolviéndose en el mismo lugar, cuando mas trataba de retirarse una fuerza superior lo regresaba al refugio debajo del puente, del portafolio y los cheques hacía bastante rato que se había olvidado, sentía un fuerte dolor en el pecho, en el cerebro, en los brazos y piernas, ya no podía moverse, sentía que le arrancaban las uñas, era insoportable en los nudillos, rodillas, en las cejas, nariz, ojos; finalmente quedó inconsciente donde en lo futuro sería su morada.
El sábado en la mañana Antonieta su esposa, estaba desesperada, se comunicó con sus familiares, con la secretaria del rector, acudió a los alrededores de la universidad, hizo un reporte de persona ausente, (aún no desaparecida) pregunto en los hospitales, la cruz roja y centros de detención y hasta las cantinas de los arcos donde Javier convivía con sus compañeros profesores en algunas ocasiones fueron visitadas.
Ya en la calle, la templanza de Antonieta se quebró y soltó a llorar, consolándola su hermana intentó tranquilizarla, pero ella sabía muy dentro de su ser, proveniente de lo más profundo, que nunca volvería a encontrarse con Javier, el único amor de su vida.
Otro hermoso anochecer se desplegaba en la cada vez más poblada San Juan del Río, la luna llena iluminaba cualquier cantidad de patios o azoteas sin necesidad de encender las instalaciones eléctricas, las sombras también empezaban a hacer sentir su presencia.
En su hoyo del puente él abrió los ojos desconcertado, no sabía que era miércoles, sacudió su cabeza como can, al despertarse estiro sus extremidades, se sabía listo para la acción, en ese momento sintió el desgarramiento de la transformación en licántropo, los dolores que había sentido en los días anteriores fueron la advertencia de un profundo sufrimiento al que sería sometido.
Continuará…