Por: Margarita Sánchez.
El duelo es el proceso psicológico al que las personas se enfrentan tras las pérdidas, algo que todos vivirán a lo largo de la vida.
La pérdida de cualquier objeto de apego provoca un duelo, la intensidad y las características de este pueden variar en gran medida en función del grado de vinculación emocional con el objeto o persona, de la propia naturaleza de la pérdida y de la forma de ser y la historia previa de cada individuo.
Aunque el duelo se asocia inmediatamente a la muerte, las pérdidas pueden ser muy diversas: rupturas de pareja, cambios de domicilio, cambios de estatus profesional, procesos de enfermedad o de merma funcional, entre otros.
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross identificó cinco estadios que tienen lugar, en mayor o menor grado, siempre que se sufre una pérdida. Aunque pueden darse sucesivamente, no siempre tiene por qué ser así. Cada proceso, como cada persona, es único.
NEGACIÓN.
Es la reacción que se presenta de forma habitual inmediatamente después de la pérdida. Es frecuente que, cuando se experimenta una pérdida súbita, se tenga una sensación de irrealidad o incredulidad acompañada de una congelación de emociones. Se puede manifestar con expresiones tales como: “aún no me creo que sea verdad”, “es como si estuviera viviendo una pesadilla” e incluso con actitudes de aparente “entereza emocional” o de actuar “como si no hubiera pasado nada”.
La negación puede ser más sutil y presentarse de un modo difuso o abstracto, restando importancia a la gravedad de la pérdida o no asumiendo que sea irreversible, cuando en muchos casos lo es.
IRA.
A menudo, el primer contacto con las emociones tras la negación puede ser en forma de ira. Se activan sentimientos de frustración y de impotencia que pueden acabar en atribuir la responsabilidad de una pérdida irremediable a un tercero. En casos extremos, las personas no pueden ir elaborando el duelo porque quedan atrapadas en una reclamación continua que les impide despedirse adecuadamente del objeto amado.
NEGOCIACIÓN.
En esta fase, se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación. Por ejemplo, cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad terminal y comienza a explorar opciones de tratamiento pese a haber sido informado de que no hay cura posible, o quien cree que podrá recuperar una relación de pareja ya definitivamente rota si empieza a comportarse de otra manera.
DEPRESIÓN.
A medida que avanza el proceso de duelo y se va asumiendo la realidad de la pérdida, se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversas formas, pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano. Aunque se denomina a esta fase “depresión”, sería más correcto denominarla “pena” o “tristeza”, perdiendo así la connotación de que se trata de algo patológico. De algún modo, sólo sintiendo el dolor de la pérdida puede empezar el camino para seguir viviendo a pesar de ella.
ACEPTACIÓN.
Finalmente, la aceptación es la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión, no sólo racional sino también emocional, de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes a la vida humana. Se podría aplicar la metáfora de una herida que acaba cicatrizando, lo que no implica dejar de recordar sino poder seguir viviendo con ello.
Aunque el duelo es un proceso personal, también es importante su vertiente social. Todas las culturas han ido desarrollando formas de canalizar ese dolor a través de los lazos comunitarios, compartiendo el dolor con los otros y con elaboraciones simbólicas que a menudo dan un sentido trascendente a la pérdida.