Joaquín Antonio Quiroz Carranza
El argumento principal de aquellos que defienden la inversión privada a rajatabla, estriba en que, según ellos, la industria privada es necesaria porque genera empleos. En primer lugar vale la pena señalar que un empleo formal implica, dentro del llamado Estado de derecho, una relación contractual donde el empleado vende su fuerza de trabajo física y mental y a cambio el patrón le otorga un salario o sueldo y prestaciones sociales como el aguinaldo, la seguridad social, vacaciones, descanso semanal pagados ambos, ahorro para la vivienda, pensión en su jubilación, entre otros. Veamos algunas cifras:
Para el 2018 la industria refresquera tenía 131,396 personas empleadas, esto es el 3.43% de empleos de las industrias del sector manufacturero.
El consumo per cápita de refrescos embotellados en México asciende a 163 litros anuales.
La industria refresquera usa 450 mil toneladas de plástico PET (polietilen tereftalato), en casi 9 mil millones de botellas al año, de las cuales solamente se reciclan el 22.1%. De polipropileno se recupera el 18.2% y de PVC 2.1%, el resto queda vertido en basureros a cielo abierto, rellenos sanitarios, ríos, lagunas, cuevas, carreteras, océanos y sitios públicos o se quema en ladrilleras artesanales y otros procesos de combustión.
El envase de PET libera a los líquidos que contiene compuestos químicos como la dietilhidroxilamina sustancia que provoca cáncer; el butilbencilftalato el cual provoca alteraciones hormonales que feminizan las poblaciones masculinas, irrita la piel, los ojos y los pulmones; cuando se quema el PET libera dioxinas, bifenilos policlorados y furanos, sustancias que provocan cáncer, malformaciones congénitas, cloracné, entre otras enfermedades graves. Sin considerar la dispersión de nanoplásticos que ya se encuentran en el torrente sanguíneo de diversas especies animales incluida el ser humano sin que se sepa los efectos negativos en el ADN.
Los refrescos embotellados contienen los siguientes compuestos químicos: benceno, el cual es cancerígeno; 4-metilmidazol, el cual es el responsable del color acaramelado, produce cáncer de pulmón, hígado y leucemia; aceite vegetal bromado, provoca pérdida de memoria, desorden nervioso y problemas de la piel; acesulfamo de potasio, es un edulcorante artificial, provoca daños renales, se encuentra además en chicles, yogurt, dulces, mieles, postres congelados, aderezos y salsas; aspartame, causa mareos, migrañas, pérdida de memoria, provocan sobrepeso y obesidad; ácido fosfórico, provoca osteoporosis; ácido tartárico, provoca daños dentales; butirato de etilo, provoca irritación cutánea de las vías respiratorias y daño ocular; además los refrescos embotellados provocan diabetes, sobrepeso, hipertensión, daño renal, entre otras alteraciones a la salud humana.
En resumen la industria refresquera, a cambio de ofrecer empleo a 131,396 personas provoca: privatización de manantiales y mantos acuíferos, contaminación de aire, suelo y agua, enfermedades en seres humanos, vegetales y animales silvestres, daña los ríos, lagos, lagunas y mares, es decir no es una industria sustentable y sí muy dañina para la salud humana y el ambiente. En consecuencia podemos afirmar que la industria refresquera debe desaparecer y que los empleos que ella genera sean redireccionados hacia sectores útiles y necesarios a la sociedad. Decisión que se habrá de tomar en el Congreso Constituyente tras la elecciones de 2024.