Por Alma Moronatti
El ADN humano funciona como un sofisticado software biológico que dirige el cuerpo y la mente dentro del simulador que llamamos realidad física. Desde una perspectiva espiritual, puede analizarse en distintos niveles para comprender cómo influye no solo en lo físico, sino también en lo energético y emocional.
En primer lugar, el ADN actúa como el código fuente del avatar humano. Así como un programa de computadora sigue instrucciones específicas, el ADN contiene las indicaciones para el desarrollo físico, el funcionamiento interno, las respuestas automáticas del sistema nervioso y ciertas predisposiciones mentales y emocionales. Sin embargo, no todo ese código está activo. La ciencia clasifica cerca del 95 % como “ADN basura”, aunque diversas corrientes consideran que se trata de material dormido, relacionado con capacidades espirituales, psíquicas y acceso a dimensiones superiores de conciencia.
Más allá de codificar características genéticas, el ADN también almacena memoria y programación energética. En él se guarda información ancestral, traumas de linaje, patrones mentales y emocionales, así como contratos espirituales no conscientes. Esto sugiere que muchas decisiones humanas no provienen exclusivamente de la voluntad individual, sino de estructuras heredadas que condicionan la experiencia vital.
Otro aspecto fundamental es la naturaleza cuántica del ADN, que lo convierte en un receptor y transmisor de frecuencias. Esta propiedad lo vuelve sensible a influencias externas como palabras, música, emociones, alimentos e intenciones. A su vez, es posible reprogramarlo mediante lenguaje, sonido, energía o intención consciente. También puede verse alterado por agentes externos como creencias limitantes, programación social, ondas electromagnéticas o sustancias introducidas al organismo.
Desde esta óptica, el ADN pertenece al cuerpo humano, al avatar biológico, pero no al espíritu. El espíritu sería el operador del sistema. Si no toma el control, el cuerpo actúa en automático, respondiendo a la programación heredada o impuesta desde el exterior. Pero cuando el espíritu despierta, puede intervenir en el sistema, reconfigurarlo, desbloquear habilidades dormidas, sanar el linaje y modificar su trayectoria dentro de la experiencia humana.
Activar ese ADN dormido implica un proceso de trabajo interior. Prácticas como la meditación, la alimentación consciente, la introspección y la desprogramación mental pueden estimular segmentos del código que estaban silenciados. Esto puede traducirse en una mayor intuición, percepción de otras dimensiones, sanación espontánea, ruptura con la programación colectiva y conexión con un propósito profundo, vinculado con el regreso al origen espiritual del ser.