Agosto 1 de 2013, 11:24 am
Escribe:-Brian Montero
Siento la humedad de la toalla sobre mi hombro llevo diez horas gastando las suelas de mis zapatos sobre el piso recién pulido del restaurante, la luz de las lámparas me hace sudar un poco, me cuesta tanto trabajo desmanchar los cuellos, la grasa de la cocina se adhiere muy fuerte, veo tantas caras diferentes todos los días, a todas horas, humanos jóvenes, de edad avanzada, niños inquietos, parejas de enamorados, amigos que llevan sus computadoras y apenas cruzan alguna palabra, pedantes que sienten que comerse un sándwich es un comportamiento nato de una persona con clase, y los solitarios que miran hacia la ventana como si esperasen a alguien que jamás llega.
Es algo mecánico pero al ver a la gente levantarse y dejar las sillas vacías avanzo hacia la mesa como si me enfrentara a un ser mitológico, sin arma alguna solo con mis trapos sucios y una charola para poner los desperdicios, unas cuantas monedas me recuerdan el tributo que hay que darle al barquero para poder cruzar al mundo de los muertos, el sonido de los cubiertos, las voces, la música de fondo, las olas de sonido que llegan de fuera es una amalgama de mis días, mis compañeros parecen piezas de un ajedrez apócrifo poli forme inherente a estas cuatro paredes.
Los peones, la reina, los alfiles juego de reyes, vida de asalariados, el logotipo de neón no son sólo un estandarte o una provocación al bando contrario, con sus carros de guerra como el profeta Elías apostados en un vulgar y polvoriento estacionamiento. La lluvia ya viene veo su vestido gris por el ventanal a mi derecha, debo permanecer aquí todavía algunas horas, ¿qué movimientos podría hacer cuando los comensales se van indiferentes con sus barrigas llenas?, de vez en cuando me miran quizá algunos recuerden mis rasgos o la mancha en la bolsa de mi camisa algún curioso podría observar mis cansados pasos o el peso de mi cuerpo, cada cosa tiene su tiempo, limpiar mi campo de batalla me toma diez segundos.