Por. Diego Mercado
Vivimos hoy en un México producto de las decisiones, visiones y propuestas de miles de personas que soñaron con un País en dónde la democracia fuera la base de la convivencia pública de las ideas.
Un país en dónde los poderes fueran autónomos, eficientes y respondieran con resultados a las exigencias de la ciudadanía y de los retos del futuro. ¿Estamos viviendo en ese México? Las respuestas pueden centrarse en un umbral de contraste, pero de algo no tenemos duda. Hoy estamos muchísimo mejor que en los 70s, en dónde el partido oficialista centralizaba todas las decisiones en una sola persona, el presidente de la república, que decidía gobernadores, diputados, jueces y elecciones con un único propósito, perpetuarse en el poder.
Hoy se respira un ánimo democrático “en orden”, con el juez y las reglas claras. Sin duda alguna hoy el INE no sólo fortalece esos pensamientos de cientos de mexicanos que soñaban con una autoridad electoral que no estuviera sumisa al presidente de la república en turno, sino que es el encargado de facto de velar por la democracia del país. Así cómo el INE, los demás organismos locales son fuente de “democracia”, porque la cuidan, la vigilan, la incentivan, la proponen y la trabajan todos los días.
¿Podemos estar mejor? Por supuesto que sí, con un fortalecimiento justo de estas instituciones que su único fin es brindarle a México canales civilizados de transición política, canales democráticos, canales que responden a las diferentes formas de pensar de los diferentes partidos políticos que existen.
¿Pero entonces, porque es agenda nacional este tema? Cada sexenio el presidente en turno suele impulsar una reforma electoral para perfeccionar el sistema político. Con Andrés Manuel López Obrador no es la excepción. Hace un par de días presentó su iniciativa de reforma electoral con la que propone que el Instituto Nacional Electoral se convierta en el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas, disminuir de once a siete consejeros electorales, eliminar el financiamiento a partidos políticos para actividades ordinarias, así como desaparecer a los llamados legisladores plurinominales.
AMLO amenaza a la democracia porque a todas luces esta reforma no nutre, no fortalece a los organismos electorales, al contrario, los desaparece.
La iniciativa de reforma del presidente, atenta contra logros de la democracia al querer debilitar al INE, es peligrosa al proponer elegir a consejeros y magistrados por voto. Es capricho del presidente controlar y someter al Instituto que tanto ha deslegitimado una y otra vez.
A lo largo de 45 años, México ha tenido ocho grandes reformas electorales: las de 1977, 1986, 1989-90, 1993, 1994, 1996, la de 2007-2008 y la de 2014. Pero ahora, nuestro país se encamina por vez primera a discutir una iniciativa electoral presentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador y no por los partidos de oposición.
Evidentemente todo sistema democrático en el mundo es perfectible y es válido querer hacerlo mejor, siempre. Hoy México tiene un sistema democrático competitivo y viable, que se ha construido en 30 años de reformas y cambios políticos. Pero porque por primera vez se alerta de una posible caída de la democracia, justo por la naturaleza de la propuesta y su contenido. Las reformas electorales deben fortalecer la democracia y reflejar el pluralismo político para mejorar el andamiaje existente, no responder al capricho de una persona. Una persona que a lo largo de los años se ha encargado de mandar al diablo a las instituciones.