La ciudad, transformó su rostro, se volvió violenta, con mucha prisa, aunque, no sabe a dónde va, la inseguridad es la moda triste, en boca de todos, sólo se observa con miedo, no obstante las autoridades cada día inventan discursos aunque ya no son escuchados. Los negocios refuerzan sus aparatos de protección, en proporción directa a su angustia.
Así, en medio de ese clima de necesidad y de hambre llegó de la provincia, de allá de la tierra caliente, Macedonio, quien después de mucho batallar encontró trabajo, justo en una fábrica, como velador, un empleo donde ganaría el salario mínimo, el cual, después de tantos descuentos sólo aporta lo justo para comer, mal, nada más. Así vivía, vigilando, todo el día o toda la noche, según el turno. Posteriormente, Macedonio buscó un arma, porque esto, es parte fundamental para realizar ese trabajo, para autocuidarse, hizo un esfuerzo grande, pagar en abonos semanales esa pistola, la cual adhirió a su cuerpo para sentirse más seguro, quizá pues en ese trabajo se respira miedo, solo esperan la hora del asalto.
Pasado algún tiempo, dos años, Macedonio, hombre como todos, con sentimientos y emociones, se infectó de amor y se prendó de una doncella quien trabaja en una cocina económica. Algunos días después, en tiempo de navidad, quiere hacerle un regalo en el cual demuestre el amor que siente por ella. Pero su enorme pobreza no permite tales lujos, la tristeza lo agobia y no encuentra alguna solución.
Esa mañana, sentado al borde de la cama, medita angustiado, de repente se pone de pie, se dirige a la caja en donde guarda su ropa, la abre ahí, envuelta entre sus camisas y su ropa interior, ve el arma su gran compañera, durante sus jornadas laborales, tanto tiempo; la contempla por algunos segundos mientas se queda pensativo, “esta brujes ya debe terminar”, luego mueve la cabeza de un lado a otro, como rechazando la idea en su atribulada cabeza y cierra rápidamente la caja.
Regresa a su catre, se sienta en él y medita sin apartar la mirada de la caja, donde está el instrumento de la muerte.
A situaciones desesperadas soluciones desesperadas, dice resignado, mientras se levanta de nuevo, otra vez se acerca a la caja, la abre, aparta la ropa, toma el revólver con seguridad, hace girar el tambor, lo examina, luego lo coloca en el cinto, sale a la calle muy resuelto. A pocos metros del lugar de su objetivo, se detiene, empieza a dudar de la decisión tomada, pero haciendo a un lado su vacilación, continua con su plan, toca el arma como para tener la certeza de que sigue allí.
Llega a la puerta de su destino fatal, mira para todos lados, para comprobar, no vaya a haber algún conocido a la vista, mucho menos su doncella, sería vergonzoso, su reputación de hombre valiente, de allá de la costa se vería menoscabada.
Comprobada la inexistencia de amigos y conocidos, empuja con decisión la puerta, camina unos pasos envalentonado, saca con firmeza el arma, se acerca al mostrador y dice: “Vengo a empeñar esta pistola”.
Edilzar Castillo