Por:Isaac Mejía Hernández
Durante los casi cuatro años que lleva Andrés Manuel López Obrador como titular del Ejecutivo Federal, hemos vislumbrado una actuación militar importante en diversos contextos de la vida pública. La participación del ejército en actividades de administración, seguridad pública, banquero, resguardo, sanitario e incluso de construcción y edificación genera mucha expectativa e incluso temor, lo cual es conveniente advertir.
Si nos ponemos a indagar en la historia contemporánea de nuestro país, encontraremos la justificación de lo anteriormente mencionado. Tal era el descontento de que los militares estuviesen en las calles que, durante sus tres campañas, AMLO, propuso que los militares regresarán a los cuarteles y abandonarán las tareas de seguridad pública, porque según él, su presencia estaba supeditada a la ausencia y violación de los Derechos Humanos, la falta de libertad de expresión, incluso coerción a diversos activistas y periodistas que daban lugar a un clima de autoritarismo.
A nuestro presidente, el ejército le ha funcionado para todo menos para disminuir la inseguridad, desde el primero de diciembre del 2018 a la fecha, lastimosamente han ocurrido más de 110,000 homicidios; mexicanas y mexicanos muertos a causa de una mala estrategia de seguridad, a la cual López Obrador está empedernido a pesar de sus malos resultados. El presidente sabe que ya no puede volverse al pasado y repartir culpas, porque ya han transcurrido 4 años de su gobierno de cuarta, de mentiras, de ocurrencias y de sangre.
No hay nada más contrario a su movimiento de AMLO que la “militarización”. La participación militar en materia de seguridad pública, es lo más incongruente a un clima libertario.
El problema real de esta reforma, es la incapacidad de nuestro presidente para brindar seguridad a través de las instituciones civiles, es su arrogancia la cual no le permite escuchar a nadie más, es su rencor hacía sus opositores, no es si el ejército está en las calles o no, al final del día psicológicamente el verde exige respeto y temor. El traje militar implica una disciplina y obediencia total, instaurada para generar resultados, un resultado que no concilia, que no consensa, que se impone.