Joaquín Antonio Quiroz Carranza
En las atávicas realidades de nuestros ancestros homínidos, la lucha por la supervivencia requería de habilidades y conocimientos, ser apto diría Darwin: reconocer el olor o las pisadas del depredador, saber sus movimientos, aprender a huir y refugiarse, poco a poco, conforme el homo sapiens se fue apropiando del espacio y convirtiéndolo en un territorio, construyó imaginarios, mitos, límites que no debería traspasar so pena de encontrarse con criaturas desconocidas, monstruos horribles cuyo propósito era devorarlo.
Muy probablemente la primera emoción del homo, como en casi todos los animales fue el miedo, este sentimiento lo obligó a construir refugios en lo alto de los árboles, en cuevas, aprender a usar ramas puntiagudas y piedras como armas, tras un largo proceso de observación y experimentación empírica domesticó el fuego, aprendió a prenderlo a voluntad y esta gran revolución le brindó luz, calor, una arma segura contra las bestias y las sombras.
El miedo a lo desconocido en pleno siglo XXI sigue funcionando de la misma manera que en el paleolítico. Nuestros ancestros prehispánicos describían la presencia de “malos espíritus” que dañaban su salud y sitios de vida, para enfrentarlos sahumaban con humo de copal tres veces al día su vivienda, sus herramientas, sus cosechas, sacralizaban los espacios. En la actualidad “sanitizamos” y se decretan pandemias para socializar los miedos a lo invisible y desconocido.
Un virus es un virus si los científicos así lo determinan, una pandemia lo es si lo decreta la Organización Mundial de la Salud, en la superestructura global, las estadísticas se ofrecen como referentes versiculares, información divina, de creencia obligatoria, la ciencia es religión, la mayoría debe aceptar sus paradigmas sin cuestionarlos, so pena de ser excomulgado, lanzado fuera del paraíso, de la matrix.
La ciencia médica, específicamente la nosología tiene como función describir, diferenciar y clasificar enfermedades, los médicos tienen como función eliminar síntomas, ni la nosología ni los médicos tienen en su imaginario el preguntarse por las múltiples causas que provocan lo que llaman enfermedad: las condiciones de vida, el trabajo extenuante, la explotación económica, el sometimiento, la humillación, el abandono, la ira, la frustración, el miedo, entre muchas otras circunstancias, éstas no existen en los anales médicos.
En un tiempo fueron las brujas, los vampiros, los dragones, los espíritus malignos, los monstruos marinos y sirenas de los marineros, las maldiciones, los embrujos y las respuestas a estos mitos fueron las hogueras, los atados de ajos, los cazadores de dragones, los sahumerios, las bendiciones, los amuletos. Hoy son las pandemias, las respuestas, el aislamiento, el cubrebocas, las caretas, abandonar la buena costumbre de estrechar las manos, las vacunas.
No se pretende negar lo evidente, síntomas, urgencias, fallecidos, pero de allí a plantear la pandemia como una catástrofe, es un despropósito. La propia Organización Mundial de la Salud, afirma en su documento fundador que “la salud no es ausencia de enfermedad, sino equilibrio entre lo social, económico y emocional”. Los datos duros de la OMS muestran que la “catástrofe” llamada pandemia Covid-19 provocó 2.6 millones de decesos a nivel mundial cada año, pero el tabaquismo mata 8 millones de personas al año y las empresas tabacaleras se niegan a ser reguladas, la diarrea mata 3 millones anualmente y los gobiernos se niegan a brindar condiciones de vida saludable a sus pueblos, el alcoholismo mata 3 millones de seres humanos al año y se sigue consumiendo sin límite, los errores médicos y los efectos secundarios negativos de los fármacos matan a 2.6 millones de individuos cada año y el negocio continúa.
