Bitácora 691.-
Escribe:-…Adriano Herrera Álvarez
He tenido en toda mi vida una afición firme, disciplinada, gustosa por el fútbol, un deporte que jugué en mis niñeces, juventudes y un poco más. Pero ahora mi afición está molesta, la última decepción que tuve fue este viernes doce del mes en turno, cuando nuestra sacrosanta selección nacional enfrentó a los Estados Unidos en territorio gringo, simplemente vergonzoso, ¿saben cuántos millones de pesos se gastan en fútbol? millonadas, para que once jugadores incansables tras la pelotita, pierdan ese sentimiento, y orgullo de representar a nuestro país, y cometan yerros a diestra y siniestra, -bueno han de decir algunos- a veces se pierde y se gana, pero caray, con esta selección que comanda el Tata Martino no hay rumbo, se ha perdido, o nunca lo tuvo; un grupo de jugadores jodidos millonarios, -ya que no ganan tres pesos por partido-, no solamente en este partido en que perdimos 2 a 0, sino a los anteriores de las eliminatorias para tener un lugar en el Mundial de Qatar y pasar del quinto partido, contra países como Brasil e Inglaterra -ya clasificados-, Alemania, España, Argentina y otros que la hazaña de ganar el mundial son tan remotas como que el fútbol se juegue con un balón cuadrado. Y para acabarla, mi equipo es el Cruz Azul, que igual que la selección, empatan o pierden constantemente, bueno hasta los porteros le hacen goles, el colmo. Hay opiniones diversas respecto a este deporte, me interesó la del escritor peruano Mario Vargas Llosa:
“Al antropólogo brasileño Roberto de Mata, le oí expresar hace un par de años en una brillante conferencia, que “la popularidad del fútbol -fenómeno mayor en nuestro tiempo- expresa la vocación innata de los pueblos por la legalidad, la igualdad y la libertad”. Su argumentación era astuta y divertida. En el fútbol, según él “el público ve representada una sociedad modelo”, a la que gobiernan leyes claras y sencillas, que todos comprenden y acatan y que, al violarlas, entrañan para el culpable castigo inmediato. Además de justa, “una cancha de fútbol es un espacio igualitario, que excluye todo favoritismo o privilegio”. Aquí, en este césped marcado por la tiza, cada cual vale por lo que es, por su destreza, empeño, ingenio y eficacia. Ni el apellido ni el dinero ni las influencias cuentan lo más mínimo para meter goles y merecer los aplausos o silbidos en las tribunas. El jugador de fútbol, por otra parte, ejercita la única forma de libertad que la sociedad puede ofrecer a sus integrantes, so pena de desintegrarse: la de hacer todo lo que quiera que no esté explícitamente prohibido por unas reglas que todos aprueban. Esto es lo que, en el fondo, provocaría el fervor de esas multitudes que, a lo ancho y a lo largo del mundo, se vuelcan en los estadios, siguen hipnóticamente los partidos en televisión y discuten y se dan trompadas por sus ídolos futbolísticos: la secreta envidia, la inconsciente nostalgia de un mundo que, a diferencia de aquel en el que viven, roído por las desigualdades, la injusticia, la corrupción, presa de la ilegalidad y la violencia, es un mundo de convivencia, de imperio de la ley y equitativo.¿Será cierta esta teoría? Ojalá lo fuera, pues no hay duda de que es seductora, y que nada sería más positivo para el futuro de la humanidad que en los fondos distintos de la multitud anidaran estos civilizados apetitos. Pero lo probable es que, como ocurre siempre, la realidad rebase la teoría y la deje trunca. Porque las teorías son siempre racionales, lógicas, intelectuales y en los fenómenos sociales, como en los individuales, la intervención de la sinrazón, del inconsciente y la pura espontaneidad, es siempre tan inevitable como inconmensurable. Garabateo estas líneas en una butaca del Camp Nou, momentos antes del partido Argentina-Bélgica que inaugura este mundial. Los signos son favorables: sol radiante, un cielo limpio, una impresionante muchedumbre multicolor, en la que ondean banderas españolas, catalanas, argentinas y alguna que otra belga, un ruidoso fuego de artificio, una atmósfera festiva, que sigue con aplausos el espectáculo gimnástico y folclórico que sirve de entremés al partido (y que suele tener mucha más calidad de la que suelen tener estas exhibiciones). Acaso la explicación de este prodigioso fenómeno contemporáneo, la pasión por el fútbol -un deporte elevado a la categoría de religión laica-, sea en verdad bastante menos complicada de lo que suponen los sociólogos y psicólogos que tratan de interpretarlo y consista simplemente en que el fútbol ofrece a la gente algo que apenas tiene: una ocasión de divertirse, de entretenerse, de entusiasmarse, de exaltarse, de vivir unas emociones intensas que la rutina cotidianas rara vez les depara. Querer entretenerse, divertirse, pasar un rato agradable, es la más legítima de las aspiraciones, un derecho tan válido como el de querer comer y trabajar. Por razones múltiples, seguramente complejas, el fútbol ha venido a cumplir en el mundo de hoy esta función con más éxito y universalidad que cualquier otro deporte. A quienes el fútbol nos gusta y nos da placer, no nos sorprende en absoluto la jerarquía que ha alcanzado entre los entretenimientos colectivos, pero hay muchos que no lo entienden y además lo deploran y critican. El fenómeno les parece lamentable porque, dicen, “el fútbol enajena y empobrece intelectualmente a la multitud, distrayéndola de los asuntos importantes”. Quienes piensan así olvidan que divertirse es un asunto importante. Olvidan también que lo característico de una diversión, por intensa y absorbente que sea, y un buen partido lo es en grado sumo, es ser efímera, intrascendente, inocua, una experiencia en la que el efecto desaparece al mismo tiempo que la causa. El deporte, para quien lo disfruta de él, es amor a la forma, un espectáculo que no trasciende lo corporal, lo sensorial ni la emoción instantánea que, a diferencia de lo que ocurre por ejemplo con un libro o un drama, apenas deja huella en la memoria y no afecta para nada el conocimiento, ni para enriquecerlo ni para deteriorarlo. En eso está su encanto: en ser emocionante y vacío. Por eso pueden gozar el fútbol, por igual, el inteligente, el tonto, el culto y el inculto. Ahora basta, ha llegado el rey, han salido los equipos, se ha declarado inaugurado el mundial, el partido comienza. Basta de escribir y leer. Vamos a divertirnos un poco”.