Adriano Herrera Álvarez
“La verdad se vive, no se enseña” Hermann Hesse
Los libros que detonaron a principios de los años setenta, a los jóvenes que estudiábamos en aquellos entonces, son entre otros: Juego de Abalorios, Si la Guerra Siguiese, El Lobo Estepario de Hermann Hesse, sobre todo a los que teníamos como bandera la Paz y el Amor, otros fueron: Lobsang Rampa, Jack Kerouac, Jean Paul Sartré, Gibrán Jalil Gibrán, pero el que más tuvo impacto en mí, fue Siddhartha, de Hermann Hesse, la historia del gran Gautama en la legendaria India.
Aunque el libro que marca el paso del ecuador dentro de la obra de Hesse es Demián (1919), cuyas primeras ediciones se publicaron bajo el seudónimo de Emilio Sinclair y con el significativo subtítulo “Una historia de la juventud”, escrito en una profunda depresión, sin embargo la novela es un canto a la amistad, el arte y a la vida.
Siddhartha -y todos los seres humanos- tienen dos vertientes, el camino aberrante donde predominan los vicios y mala vida y el lado de la iluminación y la tranquilidad, eso indudablemente me capturó en un libro de 132 páginas, existe un sabia enseñanza en la cual me vi reflejado. En mi juventud tenía un comportamiento difícil, rebelde, aderezado con las drogas y el alcohol que pululaban a discreción desde la secundaria, que tuvo su clímax en la Preparatoria 6 en Coyoacán, en la Ciudad de México, esto lo escribo sin cortapisas, con solamente la verdad que viví, sufrí y disfruté, sin arrepentirme de absolutamente nada. Una época anti-establecimiento; visité a la sacerdotisa María Sabina en Oaxaca, escuchando Rock británico y alguno que otro grupo con letras en español, como lo fue Love Army, El Ritual, Tinta Blanca y otros, practicando el amor libre que “distinguió” esa época, me pregunto: ¿en qué época no se ha practicado el amor libre, que haya hecho tanto escándalo en la sociedad hipócrita de los adultos, de los padres en los años sesenta y setenta?
El libro de Hesse, Siddhartha, en gran parte tuvo una influencia positiva en mí, empecé a entender que hay un tiempo para cada cosa y algo que no se había despertado o no me había percatado en su exacta magnitud, era mi lado espiritual, jamás religioso, ya que empecé a comprender que la espiritualidad es de adentro hacia afuera; -cognité que de nada me servía ir a sentarme en una larga banca a escuchar a un señor, con su elegante y adornado largo vestido, personalidad fría, seca, automatizada, creyéndose el iluminado de la colonia, que instaba al buen comportamiento, a cumplir los mandamientos del Señor; algo que tampoco hice por considerarlo una abyección fue la confesión de mis pecados, a una persona que ni siquiera me conoce, ni me interesaba, ni me interesa conocer-.
Siddhartha, hijo de Brahaman – de una clase alta india o hindú- que con su fiel amigo Govinda, empieza a salir del cascarón de la burguesía, se dio cuenta que había una sociedad pobre, que sufría, que tenía hambre, que estaba fuera de la esfera opulenta en que nació y empezó su peregrinar. Junto con su compañero Govinda van a visitar a los Samanas, hombres meditadores que viven con muy poco, faltos de codicia, de ataduras, libres de las conductas viciadas del pueblo, buscando su iluminación, para trascender con la menos carga posible, casi libres del Karma y viviendo, gozando la paz del Dharma. Eso buscó Siddhartha, eso encontró Siddhartha, esto que buscan miles de hombres, millones, yo incluido; la virtud de vivir, ver a través del alma, un espíritu viviendo una experiencia humana y no lo contrario.
Aquí un fragmento de la obra de Hesse: “¿Qué has querido aprender de las doctrinas y de los profesores?, ¿Qué es lo que ellos no han podido enseñarte a pesar de los mucho que te han ilustrado?” Y se contestó: “Era el yo, cuyo sentido y carácter quería aprender. Era el yo, del cual, me quería librar, al que quería superar. Pero no lo conseguí, tan sólo podía engañarlo, únicamente podía huir de él, esconderme. ¡Ciertamente, ninguna cosa en el mundo me ha obsesionado tanto como este mi yo, este enigma de vivir: que soy un individuo separado y aislado de todos los demás, que soy Siddhartha!, ¡Y de ninguna otra cosa del mundo sé tan poco como de mí, de Siddhartha!” “Azul era azul, río era río, aunque dentro del azul y del río y de Siddhartha vivía escondido lo único y lo divino; precisamente entonces, el carácter y la esencia de lo divino era el ser aquí amarillo, allí azul, allá cielo, acullá bosque y aquí Siddhartha. El sentido y el carácter no estaba detrás de las cosas, estaban dentro de ellos, dentro de todo.”
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