Bitácora 676.-
Escribe:- Adriano Herrera Álvarez
“Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorpréndete cuando la encuentras” Heráclito
La muerte a unos cuantos pasos. Mi padre tiene noventa y tres años, he visto cómo el tiempo inexorable va consumiendo su vida, cada vez más pequeño, más enfermo; lo que más le pesa, es que ya no puede pintar, sus ojos están más que agotados y le han prohibido que ejerza esfuerzo -inclusive la televisión- en sus viejas ventanas; cuando todos mis hermanos y yo creemos que ya le llegó la hora, resurge, resurge y no muere, vive. En una ocasión me dijo que “el infierno es la vejez” y le creo. Con una andadera recorre su casa poco a poco, ¿qué pensará?, sus sueños ¿serán igual de viejos?, ¿qué es la vida sin la esperanza de un futuro a corto plazo?, ¿qué platicará o no con la enfermera que lo asiste?, lo que sí sé es que sufre y que ama, me lo dijo en una videollamada la semana pasada. Divorciado de mi madre cuando yo tenía ocho años, nunca dejó de sostenernos y nos pagó la carrera a los ocho hermanos que somos de tres mujeres, las tres de su vida, según él… mintiendo. No tengo nada con eso, no me interesa, me auspició varios viajes y cada dos años iba a su país a visitarlo, pero aún así, es un hombre invisible, sé que es mi padre, pero no puedo saber lo que piensa, lo que siente; para él, su sino era pintar y pintar con una disciplina férrea, el arte fue siempre su gran amor, no su madre, ni sus hermanos, esposas, hijos y amantes. Se le acaba la vida a mi padre invisible. De estas mis reflexiones acerca de mi progenitor, coinciden de alguna forma con parte el texto del libro “La invención de la soledad” de Paul Auster, cuando recibe la noticia de que su padre ha muerto, y va a la casa en donde él residía, he aquí algunos fragmentos:
“Descubrí que no hay nada tan terrible como tener que enfrentarse a las pertenencias de un hombre muerto. Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que los emplea. Cuando esa vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen. ¿Qué puede decirnos, por ejemplo, un armario lleno de ropa que espera en silencio ser usada otra vez por un hombre que no volverá a abrir la puerta? ¿Y los paquetes de preservativos en cajones llenos de ropa interior y calcetines? ¿Y la rasuradora eléctrica que está en el baño, todavía llena de pelusa de la última afeitada? ¿O una docena de frascos vacíos de tinte para el pelo escondidos en un maletín de piel?”
“La casa parecía el escenario de una vulgar comedia de costumbres. Los parientes venían a pedir un mueble o un artículo de la vajilla, se probaban los trajes de mi padre y vaciaban las cajas mientras hablaban sin cesar como cotorras. Los subastadores venían a examinar la mercancía (“Nada tapizado, no valen un céntimo”), fruncían la nariz y se marchaban. Los basureros entraban con sus pesadas botas y sacaban montañas de basura. El hombre del agua vino a leer el medidor del agua; el del medidor de gas; el del petróleo. Uno de ellos, no recuerdo cuál, había tenido problemas con mi padre hacía años y me dijo con aire de brutal complicidad: -No me gusta decir esto -en realidad le encantaba- pero su padre era un asqueroso cabrón-.”
“Solitario, pero no en el sentido de estar solo. No solitario como Thoreau, por ejemplo, que se exiliaba en sí mismo para descubrir quién era; ni solitario como Jonás, que rogaba su salvación en el vientre de la ballena. Soledad como forma de retirada, para no tener uno que enfrentarse a sí mismo, para que nadie lo descubriera.”
“No fumaba ni bebía. No demostraba hambre por los placeres sensuales, ni sed por los intelectuales. Los libros lo aburrían y eran muy raras las películas u obras de teatro que no le daban sueño. Incluso cuando asistía a fiestas, era evidente que hacías grandes esfuerzos por mantener los ojos abiertos. Casi siempre acababa sucumbiendo y se quedaba dormido en su sillón mientras la conversación continuaba a su alrededor. Un hombre si apetitos. Daba la impresión de que ningún hecho podía alterar su vida, de que no necesitaba nada de lo que el mundo pudiera ofrecerle.”