Adriano Herrera Álvarez
“Ser joven es llevar en el corazón la esperanza de un mañana mejor.” E.E.G.
Recordando a mi primer amigo, Javier Mariscal, vienen a mi memoria recuerdos tanto de mi primera juventud, y cuando tuve que dejar a un lado a los amigos y amigas para dedicarme a mi carrera, no tenía concesiones para desviar mi carrera, había en casa disciplina, diferencias -a veces-, protección, educación y amor, una época maravillosa, creativa y por supuesto -en esta vida-, irrepetible. Javier vivía a tres casas, lo conocí cuando se contagió de sarampión, nuestras primeras pláticas fueron a través de la reja de su casa ya que era contagioso platicar con algún niño enfermo, posteriormente cuando se alivió, fuimos compañeros en el futbol, burro castigado, trompo, canicas, escondidillas, se unió a nosotros Edgar un escuincle simpático y cómplice cuando con nuestras bicicletas tocábamos timbres de casas y a correr.
En una ocasión cuando desperté, sentí el ambiente sombrío, mi madre de la manera más amorosa me dijo que Edgar se había suicidado con la pistola de su padre cuando éste lo regañó y lo golpeó, por supuesto no me dejaron a mis escasos ocho años ir al funeral, ese fue, que yo recuerde, el primer “golpe” que la vida me asestaba.
Posteriormente su padre murió a causa de una congestión alcohólica, terrible, en una ocasión lo llegué a ver, un hombre devastado, con la familia desintegrada, una verdadera desgracia, después desaparecieron y no volví a ver a nadie de esa familia.
Nuestro trabajo era la escuela y jugar con mis amigos, Javier tenía tres hermanas y las pequeñas jugaban con nosotros, total éramos como diez niños que nos veíamos diariamente después de hacer las tareas escolares, nos divertíamos de lo lindo, sobre todo en la secundaria, cuando había “pintas”, en una ocasión nos fuimos al Lago de Chapultepec, según nosotros para aprender a remar y lo que sucedió fue que todos nos empujamos al agua, no había nada que nos impidiera gozar de aquellos inolvidables momentos fugaces, no cabía en nuestra mente que esas vivencias iban a desaparecer con el tiempo, vivíamos el hoy, sin importar nada…ni nadie.
Hace dos años, cuando tuve que ir a la Ciudad de México para que operaran a Elena en el Hospital de la Luz, de cataratas, me di a la tarea de buscar a mis antiguos amigos, sobre todo a Javier, voy a su casa y ya no existía tal hogar, vivían otras personas, todo había cambiado, no encontré a nadie en absoluto y en la que fue mi casa de niño, había un edificio de seguros, quería encontrar todo como lo había dejado, pero en el Universo todo es cambiante, sentí una cierta nostalgia, reconocer el paso del tiempo y estar agradecido con la vida, con Dios, que me ha permitido llegar a esta edad en plenitud, sano, en paz y con alegría.
En el epígrafe que está al principio de este escrito, dice: “Ser joven…”, no especifica la edad, lo escogí porque aprendí que la juventud se lleva en la mente, hay sin duda jóvenes-viejos, que sufren los achaques de un anciano, detrás de ello está el miedo a la muerte, el miedo a envejecer, pero esa es la esencia de la vida ¿por qué no tomar las cosas con agradecimiento y alegría?… por lo que tenemos en la mente, el Maestro indio Deepak Chopra, en su libro “Cuerpos sin Edad, Mentes sin Tiempo”, al respecto dice lo siguiente: “El miedo a envejecer y la profunda convicción de que estamos destinados a la decadencia, puede transformarse en envejecimiento en sí, como profecía autocumplida generada por la imagen destructiva que tenemos de nosotros mismos.
Para escapar de esta prisión, necesitamos invertir las creencias basadas en el miedo. En vez de creer que tu cuerpo es una máquina sin mente, nutre la creencia de que tu cuerpo está impregnado de la profunda inteligencia de la vida, cuya única finalidad es mantenerse.
Estas creencias no sólo son más gratas: son ciertas; experimentamos el goce de la vida por medio del cuerpo, y por eso es natural creer que el cuerpo no se nos opone, sino que desea lo mismo que deseamos nosotros. El miedo nace de la separación cuerpo-mente”.
“Cuando la gente deja de crecer, envejece” -sostenían los antiguos sabios-; con esta afirmación ahondaron en el porqué del envejecimiento. Al vernos como cosa aparte, creamos el caos y el desorden entre nosotros y las cosas de allí afuera. Provocamos guerras y destruimos el medio ambiente.
La muerte, el estado final de la separación, se cierne como temible ignoto; la perspectiva misma del cambio, que es la parte de la vida, crea un temor indecible, pues connota pérdida”. “La transformación de separación a unidad, de conflicto a paz, es la meta de todas las tradiciones espirituales. ¿Acaso no vivimos en el mismo mundo objetivo? -preguntó cierta vez un discípulo a su gurú-. Sí -respondió el maestro-, pero tú te ves a tí mismo en el mundo y yo veo al mundo en mí mismo.
Ese pequeño cambio perceptual crea una enorme diferencia entre libertad y servidumbre”. Mis años dorados son ahorita, aquí, disfrutando escribir esta columna para ustedes, trato de no sentir pena por el pasado ni incertidumbre por el futuro, lo que tenga que pasar: pasará; no he intentado desde hace tiempo confrontar ni dolerme el paso del tiempo, parece que cada día que se sucede soy más feliz, realizado, tratar de convivir espiritualmente, vivir la calidez que proporciona una mente en paz, sentir ese regalo maravilloso que es la Vida…ya el miedo a morir y su inutilidad van decreciendo, paradójicamente, mientras vivo el paso del tiempo…”